sábado, 9 de octubre de 2010

                                        
DESDE AQUELLA VENTANA

         El tiempo te ha devuelto esa imagen tuya, esa imagen que ahora, sin saber muy bien por qué, tan intensamente se ha cruzado en tu camino, y en ella ves a un chico de unos catorce años que, asomado a una ventana de la segunda planta del colegio mira lo que hay más allá de la vida del inmenso caserón que antaño fuera universidad y que, ahora ,albergaba a alumnos internos y externos dispuestos a aprender y a estudiar en uno de los mejores centros educativos de la provincia. Miras a través de la ventana lo que hay más allá de esos muros que reducían la vida a un programa diario que había que cumplir, a un horario, a una disciplina, a un orden que reglamentaba y encorsetaba la vida de nosotros, los privilegiados alumnos internos que teníamos la suerte de estudiar en uno de los más selectos colegios del entorno. Quizá la monotonía cotidiana me impulsaba a asomarme a la ventana, a esa ventana por la que mandaba mis ojos de paseo en busca de lo otro, de lo que estaba más allá y, sin embargo, lo que veía no tenía nada de extraordinario: algunas casas de un barrio humilde, callejuelas estrechas y empinadas, retazos de huertos cuidados con todo el primor del mundo, y gentes que se afanaban en realizar las tareas de todos los días. Aparentemente todo lo que veía era de lo más normal y a nadie llamaría la atención, pero yo no formaba parte de esos “nadie”, a mí me fascinaba aquello que veía, era como un espectáculo lleno de encanto y de misterio, y me sorprendía a mí mismo intentando captar cualquier movimiento nuevo que se produjera al otro lado de la ventana. Especial atención prestaba a una muchacha de pelo negro y atractivas facciones que, algunas veces, inesperadamente, realizaba algún quehacer, tendía la ropa de familia humilde, regaba las pocas plantas del pequeño huerto o simplemente se sentaba en el poyo del patio. Yo me sentía atraído por aquella chica, una atracción desconocida y sensual, nueva para mí. La verdad es que aguardaba con impaciencia a que ella apareciera y me complacía verla; nada pretendía de ella, ni mucho menos,  me conformaba con saber y sentir que ella estaba allí, y ese sentimiento me ayudaba a soportar mejor el encierro en aquel enorme edificio del que la vida se escapaba por las muchas rendijas  de la excesiva reglamentación que estrechaba y encorsetaba nuestra vida en innumerables normas de conducta, pautas, preceptos y obligaciones que había que seguir y respetar. “A los alumnos se les educa persuadiéndoles a seguir un ideal positivo sobrenatural…A fin de poder recoger la cosecha buena es necesario sacrificarse y trabajar denodadamente desde el principio y sin interrupción…En adelante ningún alumno podrá repetir curso…El alumno que sea sorprendido sin haber cumplido sus deberes escolares, escritos o de cualquier otro orden, estará obligado a permanecer en el Colegio el tiempo perdido, tomándolo, como es natural, del descanso que no mereció…Los ejercicios espirituales se anunciarán oportunamente”.Suerte que desde aquella ventana otros mundos y otras vidas me recordaban que había algo más, aunque eso solo fuera una muchacha que yo sorprendía al otro lado, en la otra orilla, nunca supe quién era, ni intenté saber nada de ella, pero yo siempre le he agradecido que estuviera allí, en aquellos momentos de mi vida de estudiante interno que sentía que había otra vida más allá de los pupitres.
                                              
        

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