miércoles, 19 de junio de 2013

CUANDO EL VIEJO SINBAD VUELVA A LAS ISLAS. ÁLVARO CUNQUEIRO.

…además que el timón va haciendo callo en tus manos, pero no en el corazón. Ahora todas las novedades son por mapa y aguja…y no encontrarás entre los pilotos uno que sepa navegar por sueños y memorias, y así no logran ver nada de lo que hay, de lo que es milagro y hermosura de los mares. ¡Fácil es decir que no hay Cotovías!

          Álvaro Cunqueiro, “Cuando el viejo Sinbad vuelva a las islas”.

     Fotografía: Arash Karimi.

En el mar no hay que admirarse de nada, después del milagro que es que se pueda andar por él en un atado de maderas y que se puedan tomar los vientos señoriales en unas lonas recortadas. El pez papagayo lo pesqué yo mismo a diecisiete leguas de Columbo. Es pez de fondos, pero las hembras salen mudas, y a los más de ellos no les hace gracia procrear en silencio allá abajo, y dejan ese trabajo a los machos que salen mudos, o tartamudos, o tácitos, que hay de todo, como en las familias, y los bien parlantes suben a la nata del mar, y andan cerca de las naos; no se pescan porque escuchan todo lo que hablan los marineros. El hablar de ellos es la cosa más graciosa que hay, porque hacen con su boca, que tiene pequeños labios encarnados, unas vejigas de aire, y las mandan fuera del agua: al salir estallan y vierten la palabra que llevan dentro, y en cada vejiga no caben más de dos sílabas, y así, si la palabra tiene tres o cuatro, hay que adivinar lo que falta. Dicen “golon” por golondrina, e “higue” por higuera, y su lengua siempre es arábigo letrado.



Era el tiempo de ataviar las naves para que los marineros se hiciesen al mar. El mundo era el mismo y era una novedad. ¡Salir por la fresca matinal! Yo, acariciaba en aquel duro banco mi corazón de ribereño del mar con el último verso de una oda de Horacio, en la que un gran almirante de antaño, que se llamó don Ulises de Ítaca, hablando con sus marineros les dice, y se le ve una mano alegre en el aire, "Cras iterabimus aequor", que se traduce por: "Mañana navegaremos al largo...".



Los mares arábigos piden conversación y les es igual cualquier lengua. ¡Ni que tuvieran diccionarios! En las más de las naves arábigas hay en el mayor un cesto, en el que uno va leyendo historias en voz alta durante todo el viaje.
…El mejor tiempo de andar en el mar es tras el monzón, cuando las aguas tiran a verde y vienen del Oeste las aves que huyeron de las lluvias. Los mares están tumbados al sol, cantando bajito. Reconocen los turbantes de los gloriosos pilotos de Alá y les mandan una ola espumosa de saludo a los valerosos que vuelven a las atrevidas navegaciones. Yo siempre llevo algún regalo al mar, ya sea una fruta o un clavillo de plata con el nombre de mi nave en la cabeza…Lo que no le gusta nada al mar es que lave en él sus pies el piloto. Le parece demasiada intimidad. En el mar siempre hay que estar como en visita.




Sinbad mató el candil, se metió en el lecho, y buscó en las memorias suyas un viaje para adormecer con él, y gustaba de buscarlos muy largos y detallados y no sabía dejar cabo suelto desde que salía a la solana suya haciendo visera con la mano, por ver cómo se levantara el mar aquella mañana, y qué viento lo peinaba, y por veces tenía que pararse, que no situaba en el cuento unos compañeros o una despedida, o de qué parte ancoraría la nave, o un fardo estaba puesto en cubierta que no dejaba pasar cómodo a proa, y estaba media hora dándole vueltas a aquel tropiezo, y cuando lo burlaba, entonces la nave y el sueño suyo encontraban franca vía, y adormecía en un repente, quedado y roncador, y si soñaba, lo que no acostumbraba, le subían los sueños en palabras a los labios, a pasearse. Si pudiéramos verlas, seguramente que eran palabras muy vestidas de colores, espuma de la memoria que Sinbad gastaba cada día, nueva y eterna espuma del mar mayor, rota en perlas relucientes por los vientos amigos que pasan cantando.

         


Tener un río como éste en la sequedad de las solana de la tierra, tal es encontrar en la flor de la madurez, cuando ya va uno con el saco suyo de vagabundo más que promediado de canseras y horas secretas y vientos perdidos, junto a las manos y a las mejillas, una sonrisa confiada, moza y amante: una mariposa juguetona que saliese con viento fresco de un descuidado ensueño. Un río así es medio vivir; fugitivo compañero, se lleva del alma los gérmenes de la melancolía.


            “Y dejó lugar abajo y al margen para que se apuntasen los marineros vacantes y que quisiesen salir con él.
-¡Dicen que te vas, mi Sinbad, señoría! –le gritaba el ciego Abdalá, que pedía siempre frente a la taberna del Cangrejo de Oro.
-¡Vuelvo al mar, amigo Abdalá Ibn Ismael al Malaquí! ¡Hazme un encargo! ¡Los pedidos de los ciegos traen suerte!
-¡Llévame de vigía, Sinbad! ¡No te lo digo por burla! A tientas lo conozco todo, hasta si el vino tiene agua, y por el oído sé dónde rompe el mar.¡Aún sirvo para algo, Sinbad!



…y no quiso ya más salir de su palacio,  y dio en gobernar el reino por medio de espejos y de agujeros, y ponía las leyes por adivinanza,  y tenía también pájaros oidores, que son unos mirlos de por allá que repiten todo lo que escuchan, y en cada casa de rico tenía cuatro o cinco, y por lunas los traía a la cámara secreta suya a examinarlos, y no le importaba nada lo que oían los mirlos suyos salvo que fuese política.



“…y si soñaba, lo que no acostumbraba, le subían los sueños en palabras a los labios, a pasearse”.



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