“No he vuelto a arrepentirme de mis pocas
transgresiones llamadas oficialmente “pecado”; que fueron en verdad ejercicios
vitales, gestos de libertad contra las ataduras legítimas. De lo que me
arrepiento es de las ocasiones perdidas, de mis sacrificios inútiles y mis
autodenegados placeres. No haber hecho el amor con mi primera novia, para
empezar. Y después tantas renuncias: los estudios rutinarios y no deseados, los
acatamientos indebidos bajo la presión del ambiente…”
“Vivir ¿para qué? Hay muchas respuestas y muchos ni se plantean la pregunta: están vivos y, por tanto, viven. Otros dan la respuesta obvia: para enriquecerse.
Vivir
sencillo, apreciando tantos goces inadvertidos por muchos, los cotidianos
milagros de respirar, calmar la sed, oler la rosa y ver a una diosa en ella o
unas alas en el crepúsculo de oro y malva.
Vivir
también –y esa meta la hago mía- para hacerse. Todos se hacen, nos hacemos,
sabiéndolo o no, pero sólo si se es consciente de ello se vive de verdad, en
activo: colaborando con la vida en vez de dejarse llevar. Crearnos creando.”
“Tener a quienes nos quieren, y más aún en nuestro
desvalimiento y ocaso, es la culminación de quienes somos; es la seguridad,
hasta el final, de hacernos recibiendo, igual que nos hicimos dando.”
“Sigo por el sendero, sea éste el que sea, corto o largo, suave o
áspero, puente de los suspiros de los que se quedan. Para ellos pido a mi
oscuro galán que, al menos, sea un buen profesional y no me deje mucho tiempo a
medias, en ese limbo que quizás guste a otros pero que no es vida humana, sino
artificiosamente vegetal. El derecho a la vida incluye el de la muerte digna,
porque morirse también es vivir.
Corto o
largo, fácil o doloroso, hay que vivir el sendero con dignidad. Os daré lo que
me queda de lo que soy. Dadme la mano y adelante. En el umbral de los ochenta
años ya va siendo hora de empezar de nuevo”·.
José L. Sampedro, así acaba “Monte Sinaí.”