viernes, 28 de junio de 2013

CARMEN MARTÍN GAITE. LO RARO ES VIVIR.

“dices cosas tan raras que no te sigo, pero son de las que te dejan temblando…”

          Carmen Martín Gaite.


                                                        En la foto, Anne Sexton.

Es duro de aceptar lo casuales que somos, nuestra incapacidad para transmitir a otro más que remedos de un ánimo mutable; y aceptar al mismo tiempo los gestos y balbuceos con que tratamos de acercarnos obcecadamente a quienes hemos supuesto que forman parte de nuestra historia.

          Carmen Martín Gaite, de “Lo raro es vivir”.
          


Las voces del pasado trepan por la espalda a manera de viento súbito. Somos como una montaña cuya vertiente delantera, más feraz, pero más vulnerable, está defendida por fortificaciones y poblada de huertas, casas, paseos y almacenes; allí se aprende lo conocido, se teme lo desconocido y la vida se rige por leyes que zurcen lo uno con lo otro; en la parte de atrás nadie repara, es más difícil acceder a ella desde el valle - según rezan los mapas -, casi nunca da el sol y la vegetación es escasa. Acabamos por olvidarnos de que existe. Y, sin embargo, por esa grupa atacan de improviso las fantasmales huestes del pasado, apenas perceptibles, tan sólo una cosquilla... Suelen aprovechar los tramos de descuido que preceden al sueño o lo convocan, cuando ya hemos desembarazado de trastos y envases vacios nuestra buhardilla... Entonces se percibe el sutil traqueteo por la espina dorsal, no es nada. Pero ahí sigue. ¿Qué dicen esas voces? Bordear la pregunta es ceder al peligro. ¿Quién está hablando? ¿Desde dónde? Se diría que desde una boca tan pegada a nuestra piel que el mismo aliento entrecortado ahoga las palabras que pronuncia. Pero también desde lejos, y esa mezcla de lejos y cerca mete droga en la sangre. Ecos que trastornan y excitan, que en vano se procuran ahuyentar, dime más, no oigo bien, ¿quién eres?, ven más cerca.

          Carmen Martín Gaite, “Lo raro es vivir”.

                                                                       Fotografía: Alex Ten Napel.

Su mayor problema –decía- cuando consultaba un legajo del archivo era la incapacidad para interesarse solamente por una de las diferentes historias que le salían al paso entre aquel montón de papeles, limitarse a buscar lo suyo, mirar a ver si venía algo de lo suyo, ¿por qué era suyo?, ¿quién había decidido que lo fuera?...En la vida le pasaba igual, resulta tan empobrecedor –decía- atenerse de forma rígida a lo que se ha elegido, descartando cualquier otra posibilidad igualmente interesante, y sin embargo hay que contar con ello, nos pasamos la vida decidiendo, por mucho que nos agobie decidir, ésa es nuestra condena, la sed de infinitud chocando contra los barrotes de la jaula…es muy injusto que la vida nos fuerce a tomar opciones excluyentes, entras por una puerta y ya no hay más que un pasillo que se van ensombreciendo con puertas al fondo por las que también hay que pasar, cada vez más estrechas y perentorias.

          Carmen Martín Gaite, “Lo raro es vivir”.

          Imagen: Ilustración de Luis Serrano para la edición de Anagrama.

Me he pasado más de media vida diciéndoles a mis padres cosas que no tenían nada que ver con las que hubiera querido decirles…Aprendí desde  edad bastante temprana a mirarme en aquel espejo oblicuo donde mi rostro asomaba a medias tapado por el de ellos, pero no me di cuenta de que estaban torcidas las sonrisas hasta que empezó a reflejarnos a solas a mamá y a mí con la sombra de él al fondo. Yo intentaba borrar aquella sombra, la frotaba con rabia una vez y otra, pero reaparecía…y dentro del espejo se congelaban los gestos, nada era verdad, a todas las sillas les faltaba alguna pata, no corría el aire…Pero qué difícil es buscar la propia ración de aire, aguantar el aire libre cuando te has aficionado a los paños calientes, abandonar la cueva sin rencor y sin daño, resignarse a olvidar lo que no se ha entendido.

          Carmen Martín Gaite, “Lo raro es vivir”.

          Fotografía: Harry Callahan.

Y te encuentras con gente que te remite a otra o se transforma en otra, de quien te acuerdas vagamente o nada, gente que te saluda apenas con una inclinación de cabeza, con ojos fijos y serios; de su historia no se quieren acordar ni que se la saque a relucir nadie, han decidido vender en almoneda los restos del pasado y cualquier brizna de esperanza…Nadie les compra nada, no, ni saben por qué llevan aquellas pertenencias consigo, tarjetas postales atadas con cinta, retratos, llaves, una funda de gafas de carey, envoltorios diversos, pero han circulado agarrando esos residuos de una olvidada identidad por galerías, callejones y riscos del más allá, perdidos, tropezando, hasta encontrar su hueco de quietud.

          Carmen Martín Gaite, “Lo raro es vivir”.


          


miércoles, 26 de junio de 2013

JAVIER EGEA. POEMAS.

a la deriva, amor, a la deriva.
Miguel Hernández.

Ven a ver el amor hecho jirones.

Ven a ver el amor:
ese caballo muerto flotando por las venas
a la deriva, amor, a la deriva.

          Javier Egea, de “Paseo de los tristes”.


“…aún quedan las altas tabernas del ensueño”


¿Cómo contar ahora que la muerte se llama 2.º B
cómo decir 2.º B sin abismarse
por la tiniebla de porteros eléctricos y solos
cómo decir a nadie yo soy el enamorado del 2.ºB
quién saca la basura del 2º.B
cómo vivir
cuando su nombre pálido te cerca?

          Javier Egea, de “Raro de luna”.



Desarbolando el cielo me tropecé la herida.

          Javier Egea, del poema “Aquellos peces”.

Después de varios años
durante los que fuiste el mapa señalado,
el pequeño horizonte, el cuerpo en llamaradas,
la diminuta y bella revolución
o acaso el sueño que me hizo avanzar,
es cansado y difícil
soportar la consciencia de que nunca se llega.

          Javier Egea, de “Sobre el papel”.


          Difíciles murallas para este pueblo mío.

Falta el aire de entonces en las plazas de siempre
y los hombres se ahogan.
Estamos en el tiempo de la herida
y los caballos viven
un interior asedio
que les crespa las crines.

Hay que salir de aquí
hacia otra tierra
para volver un día con el agua en la frente,
con el fuego en las manos,
con el grito en las alas.

          Javier Egea, del poema “Ciudad del asedio”.

          Fotografía: Larry Towell.

…entrega todo cuanto crece
en el tañido azul de tu campana
al delicado viento que te mece.

          Javier Egea, de “Serena luz del viento”


Es ahora el principio.

Y si perdí la flor
hay un rosal en cueros
que me gira sus brazos
para que yo me sangre en las palabras,
para que yo me agrupe,
para que yo responda.

          Javier Egea, del poema “Hacia otro mar”.

Es tarde y en tu espalda florecen los pañuelos.

Es así que el amor, el viejo amor,
el pobre amor tan viejo, tan torpe, tan cansado,
mira hacia el mar, entorna los postigos
y se tiende y reposa.

          Javier Egea, de “Troppo mare”.


  
Hay noches que no ofrecen
sino palomas ciegas en sus escaparates
Hay en algún lugar personas que no soportan ya el silencio

Soledades al filo de la pólvora
soledades que tienen chaqueta en su respaldo
soledades con banqueros al fondo
soledades de las torres
          las desmoronadas torres
soledades canallas bogando las venas y los albañales

No No era este el lugar ningún lugar nunca más un lugar

          Javier Egea, de “Raro de luna”.
         
La preguntaron sabios,
astrónomos, poetas,
inevitables músicos,
pintores y gacelas.

Ella no sabía nada.
Ella sólo sabía
 de sábanas lejanas,
de corazones tibios:
quizás, quizás mañana…

Ella no sabía nada.
Le preguntaron sabios,
astrónomos, poetas,
inevitables músicos,
pintores y gacelas.

Ella no sabía nada.

Ella sólo sabía
de labios y de besos,
de corazones tibios
y príncipes eternos.

Ella no sabía nada.

Y siempre se quedó
absurda por el aire
con una duda inmensa
traspasándole el talle.

Ella no sabía nada.
Ella no sabía nada.
Ella no sabía nada.

          Javier Egea, del poema “Ella no sabía nada”.

          Fotografía: Martin Iman.


 …me tumbaré sin luna en tu cintura.
Aquí, donde la vida se aventura
y en jardines brillantes se extravía.

          Javier Egea, “Raro de luna”.


        No sólo soy, me siento muy distinto
y cuando avanzo
ella se asoma al ventanal del horizonte
como una diminuta revolución
o un sueño.

          Javier Egea, “Paseo de los tristes”.


…no sólo ya las dunas sino rostros en ellas,
vestigios de tu cuerpo,
espejismos al cabo,
restos de la memoria del misterio.

          Javier Egea, de “Troppo mare”.


    No valen los recuerdos.
Sólo sirven los nombres.
Ese vestido nuevo que nos traerá la tierra.

Pasada ya la alondra
me crece un gavilán por esta frente
y un selvático gesto se me anuncia
en mitad de los ojos
como un reto a las cosas y a los hombres,
como un cuchillo brote
de algún metal herido.

Contra ti, ciudad mía,
disparo yo mis flechas
al centro vulnerable de tu nombre:
al hueco de la envidia,
a la miseria.

La flauta se destroza y surge el trueno.

Se cansa el grito de dormir la siesta.

          Javier Egea, “Contra ti”.

  Fotografía: Olmo Calvo.


 Pero aún quedan más aires donde cruzar el vuelo,
deshojar los espejos donde la ausencia brilla
y dar nuevos paisajes al paso del desvelo…

          Javier Egea, de “Tus ojos son palomas en vuelo…”

Pero búscame allí
pequeña perla negra anticipada perla
por las gavias de las naves secretas suéñame allí
allí mientras destiñen los tatuajes últimos
ven con las águilas mensajeras en tromba
ven a las islas ven a mis ojos ven esperada
en este allí rescátame de todas las sentinas.

          Javier Egea, final de “Raro de luna”.

Fotografía: Antonio Manzano.


Porque es hermoso, amor, cuando se llora en verso,
anudarse a tu risa, desnudarse de penas
y amordazar la herida con un manto de estrellas.

Porque es hermoso, amor, cuando es el tiempo adverso
y ya la triste luna se ovilla en las arenas,
perseguir en el viento la risa de tus huellas.

          Javier Egea, del poemario “Serena luz del viento”.


Qué difícil, amor…
si nos falta la voz,
la palabra precisa
para bordar el beso.

          Javier Egea, del poemario “Serena luz del viento”.

          Fotografía: Rachel Querrien.


Que es tan triste el camino cuando se pasa ausente
con un manto de versos abiertos como rosas
y un bordón solitario llorando entre las manos…

          Javier Egea, del poemario “Serena luz del viento”.

¿Qué luz extraña, dime,
hay en la soledad y en la memoria?

          Javier Egea, de “El estrago”.


 ¿Quién cruzará de un salto las aguas del olvido sin sentir
cómo quema en la carne la sorpresa de un día,
las sábanas de un día, los cuerpos ofreciéndose,
las ojeras del gozo al amanecer?

¿No volverá el amor,
aquel juego con náufragos y cofres,
a sorprendernos con su mano abierta,
a dejar en la playa de un hombro
como alga de plata que reposa
la saliva brillante del deseo?

          Javier Egea, de “Otro romanticismo”.

Será que tuve suerte de no quedarme ciego
…Será que aquella Isleta
me fue poniendo al día los ojos interiores,
clavó en mi rostro su aguijón marino,
apuñaló la herrumbre de mi vientre
y fue sacando al sol
trapos sucios, camino, sangre seca, basura,
borbotones de miedo y otras piezas que alzaban
aquella casa vieja, aquel campo en ruinas,
aquel bosque de troncos carcomidos.

          Javier Egea, de “El estrago”.


       Si sólo se tratara
de abandonar el rastro de tu piel,
la espiga de aquel sueño malherido.

Si sólo se tratara
de llevarte conmigo como gesto
o extraña cicatriz,
de cerveza o conjuro en el camino.

Si sólo se tratara
de oler la flor y amor y ya el olvido.

Pero nunca tus ojos si sólo se  tratara.

       Javier Egea, de “Paseo de los tristes”.

Tú ya sabes, amor, pequeña ausente,
que no se quiebra el beso sin la brisa…
Y sin saber el talle de la risa
se nos ha muerto el viento de repente.

…Se nos ha muerto el viento de repente,
se desplomó la sombra, y la sonrisa
no borda la mirada ni se alisa
este ceño cansado de mi frente.

Porque se ha muerto el viento de repente
y así no nace el mar ni se devana
la ronca y bella voz de su campana.

Porque se ha muerto, amor, y, tristemente,
ya no se quiebra el beso ni se siente
ese dulce rumor de la mañana…

          Javier Egea, del poemario “Serena luz del viento”.

                                                             Fotografía: Ralph Gibson.



 “…y, blandamente suave, vagabunda, me dejas
el bello y misterioso sabor de los regresos.”

          Javier Egea, de “Paisaje”.

          Fotografía: Leszek Paradowski.

Yo sé que tú eres alta al dormir y así te quiero:
con el sueño pendiente de un hilo en el alero…

          Javier Egea, del poema “Tú eres alta al dormir…”








lunes, 24 de junio de 2013

JULIO RAMÓN RIBEYRO. ESCRITOS.

A los diez años yo era el monarca de las azoteas y gobernaba pacíficamente mi reino de objetos destruidos.
Las azoteas eran los recintos aéreos donde las personas mayores enviaban las cosas que no servían para nada: se encontraban allí sillas cojas, colchones despanzurrados, maceteros rajados, cocinas de carbón, muchos otros objetos que llevaban una vida purgativa, a medio camino entre el uso póstumo y el olvido. Entre todos estos trastos yo erraba omnipotente, ejerciendo la potestad que me fue negada en los bajos. Podía ahora pintar bigotes en el retrato del abuelo, calzar las viejas botas paternales o blandir como una jabalina la escoba que perdió su paja. Nada me estaba vedado: podía construir y destruir y con la misma libertad con que insuflaba vida a las pelotas de jebe reventadas, presidía la ejecución capital de los maniquíes.
          Julio Ramón Ribeyro, comienzo del cuento “Por las azoteas”. El cuento completo se puede encontrar en “ciudadseva.com”.

 En la foto, Julio Ramón Ribeyro con su hijo Julito.

Cuando imagino una vida afortunada, millonaria, veo siempre el lugar donde pueda seguir escribiendo. Si no fuera necesario comer, dormir, trabajar, no abandonaría este sitio, donde nada me incomoda, donde gozo del más completo albedrío, donde soy dueño del mundo, de mi mundo, sus fabulaciones, hazañas, torpezas, locuras, el mundo irreal de la creación, al lado del cual no hay nada comparable.

          J.R. Ribeyro, de “La tentación del fracaso”.

-Le preguntan a Luder por qué rompió con una amiga a la que adoraba.
- Porque no tenia ningún contacto con su pasado. Vivía constantemente
proyectada en el tiempo por venir. Las personas incapaces de recordar son incapaces de amar.
^^^^
- Quizás solo en el instante de morir -dice Luder -recibamos la llave del
cofre donde está guardado el libro que contiene el secreto de la verdad.
Pero ya no podremos transmitir ni la llave, ni el libro, ni el secreto, ni
la  verdad.
^^^^
- Lo mismo o algo parecido dice Montaigne en sus "Ensayos" -le reprocha alguien al escucharlo lanzar una sentencia moralizante .
- ¿Y qué? -protesta Luder. Eso sólo demuestra que los clásicos siguen
plagiándonos desde la tumba.
^^^^
- ¿No te preocupa escribir desde hace treinta años para haber alcanzado tan minúscula celebridad? -le preguntan a Luder.
- Por supuesto. Me gustaría escribir treinta años más para llegar a ser
completamente desconocido.
^^^^
-Un amigo irrumpe en su casa para anunciarle que ya se firmó el armisticio.
- ¡Bah!- comenta Luder. Ya te darás cuenta que la paz solo consiste en
cambiar la guerra de lugar.
^^^^
- Hay que estar muy atentos -dice Luder- hay que estar día  y noche
atentísimos para descubrir la ventana por la cual podemos despegar
intrépidamente hacia lo desconocido.

          Julio Ramón Ribeyro, “Dichos de Luder”, 1.



La habitación silenciosa. Uno que otro coche se desliza por la calzada húmeda. El barrio duerme pero mi gato y yo velamos, nos resistimos a dar por concluida la jornada, sin haber hecho nada, al menos yo, que la justifique…Quizá por eso escribo páginas como ésta, para dejar señales, pequeñas trazas de días que no merecerían figurar en la memoria de nadie. En cada una de las letras que escribo está enhebrado en tiempo, mi tiempo, la trama de mi vida que otros descifrarán como el dibujo en la alfombra.

          Julio Ramón Ribeyro, “Prosas apátridas”.





 Lo encuentran paseándose abstraído en torno a la mesa de su biblioteca.
- Me he dado cuenta -dice Luder- que nuestra vida solo consiste en dar
vueltas y vueltas alrededor de unos cuantos objetos.
^^^^
- Es penoso irse del mundo si haber adquirido una sola certeza -dice Luder-. Todo mi esfuerzo se ha reducido a elaborar un inventario de enigmas.
^^^^
- No hay que buscar la palabra más justa, ni la palabra más bella, ni la más rara –dice Luder. Busca solamente tu propia palabra.
^^^^
-Literatura es impostura -dice Luder- . Por algo riman.
^^^^
- Solo verán aire en el aire -dice Luder-. He puesto tanto empeño en construir el pedestal que ya no me quedaron fuerzas para levantar la estatua.

          Julio Ramón Ribeyro, “Dichos de Luder”.


 Luder regresa de su habitual paseo por el malecón.
- Estoy confundido - dice- . Cuando me aprestaba a gozar de una nueva puesta de sol, un vagabundo salta la baranda, camina hasta el borde del acantilado, se baja los pantalones y se caga mirando mi crepúsculo. Eso demuestra la relatividad de nuestras concepciones estéticas.
^^^^
-No te desesperes - le dicen a Luder cuando se lamenta por no haber
encontrado la compañera ideal a causa de sus achaques y sus manías. Siempre hay un roto para un descosido.
-Sí, pero yo no soy roto ni descosido: soy un remendado.
^^^^
Envidian a Luder porque una o dos veces al mes se amanece conversando con un amigo muy inteligente.
- ¡Debe ser una conversación apasionante¡
- Ni  crean. Como ignoramos más de lo que sabemos, lo único que hacemos es canjear fragmentos de nuestra propia tiniebla interior.
^^^^
- Ven con nosotros - le dicen sus amigos. La noche está esplendida, las
calles tranquilas. Tenemos entradas el cine y hasta hemos reservado mesa en un restaurante.
- ¡Ah , no! - protesta Luder -. Yo solo salgo cuando hay un grado, aunque sea mínimo, de incertidumbre.
^^^^
Se sueña solo en primera persona y en presente de indicativo - dice Luder. A pesar de ello el soñador rara vez se ve en sus sueños. Es que no se puede ser mirada y al mismo tiempo objeto de mirada.

          Julio Ramón Ribeyro, “Dichos de Luder”.

   En la foto, Julio R. Ribeyro.

“Dichos de Luder”

-¡Cómo me hubiera gustado conocer a Goethe, a Sthendal, a Hugo, a Joyce! -exclama un amigo entusiasta.
-¡Ah , no! -protesta Luder-. No los hubieras aguantado más de cinco minutos. Casi todos los grandes escritores son unos pesados. Sólo la muerte los vuelve frecuentables.
* * *
-Lo que diferencia a los escritores franceses de los norteamericanos –dice Luder- es que los primeros se limitan a cultivar un jardín, mientras los segundos se lanzan a roturar un bosque.-¿Y tú?
-Ah, yo solo riego una maceta.
* * *
-¿Que opinas de la vanguardia? -le preguntan a Luder.
-¿La Vanguardia? No tengo nada que ver con el arte de la guerra
* * *.
-Cuando alguien empieza por decirme "Te voy a ser franco..." los pelos se me ponen de punta -dice Luder-. Adivino que me va a tirar a la cara alguna verdad brutal. Con lo agradable que es vivir en un delicado engaño.
* * *
-Llega un momento en que las andanzas se convierten en remembranzas –dice Luder- Entonces ya no vale la pena salir, pues no vemos nada ni aprendemos nada. La puerta de la calle nos conduce inexorablemente al pasado
* * *
-Es penoso irse del mundo si haber adquirido una sola certeza -dice Luder. Todo mi esfuerzo se ha reducido a elaborar un inventario de enigmas.
* * *

-No hay que buscar la palabra más justa, ni la palabra más bella, ni la mas rara -dice Luder. Busca solamente tu propia palabra.



…solo frente a mi máquina de escribir, sin coerciones ni apremios, sin jueces, ni público, ni ovaciones ni rechiflas, en la arena solitaria de mi página en blanco…

          Julio Ramón Ribeyro.

 En la foto, Julio R. Ribeyro.
Y en este paseo, mientras anochecía, volvió a sentir ese pequeño ruido en el interior de su cráneo: era el ruido semejante al de un vagón que se desengancha del convoy de un tren estacionado e inicia por su propia cuenta un viaje imprevisto…el traqueteo del vagón que se desengancha y acelerando progresivamente se lanza desbocado por la campiña rasa, sin horario ni destino, cruzando sin verlas las estaciones de provincia, los bellos parajes marcados por una cruz en las cartas de turismo, desapegado, ebrio, sin otra conciencia que su propia celeridad y su condición de algo roto, segregado, condenado a no terminar más que en una vía perdida, donde no le esperaba otra cosa que el enmohecimiento y el olvido.

          Julio Ramón Ribeyro, del cuento “Nada que hacer, monsieur Baruch”.


         
Un escéptico optimista: Julio Ramón Ribeyro.

Yo no me considero realmente como un pesimista, sino como un escéptico optimista. Lo que puede parecer contradictorio. Esta especie, más numerosa de lo que se cree, conserva cierta esperanza secreta de que las cosas se arreglen…en que el hombre, a fuerza de padecer y de perecer, terminará por encontrar una forma de vida compatible con sus anhelos esenciales y que inventará finalmente una sociedad viable. ¿Cuál? Como escéptico no puedo indicar ninguna receta, como optimista creo que la receta existe. Sencillamente hay que encontrarla.

          Julio Ramón Ribeyro, “La caza sutil”.

   En la foto, Julio Ramón Ribeyro.



sábado, 22 de junio de 2013

ELISEO DIEGO, POESÍA.

confúndanse la tarde y el gusto,
no pase nada, todo sea
lento y paladeable como espesa noche
si alguien pregunta díganle
aquí no pasa nada, no es más que la vida


          Eliseo Diego, de “El sitio en que tan bien se está”.

Desde muy joven –lo confieso- me han gustado los fantasmas. Me apasionaban las historias de sus desventuras.
Hoy –lo confieso- , aproximándose la hora de convertirme en uno, ya no me gustan tanto.

          Eliseo Diego, “Fantasmagorías”.


Deshabitada,
tu familia
dispersa, ciegas
tus vidrieras,
qué sola te quedaste,
mi madre, con tus huesos,
que tengo que soñarte, tan despacio,
por tu arrasada tierra.

          Eliseo Diego, “En la Calzada de Jesús del Monte”.

Diariamente lo encuentro: él es un suspiro
de cuántos años y de qué tristezas
y yo enredado adentro en las malezas
que me enturbian el ser. Siempre lo miro
como si fuera algún reproche, y viro
la cabeza en cuanto puedo.
…Se ve que el sol a diario le fue duro
pero que él lo trató como a un hermano,
mientras que yo, secreto, renuente,
volvía mis ojos a mi mundo oscuro.

          Eliseo Diego, del poema “Encuentros”.



Ella siempre
lo dijo: tápenme
bien los espejos,
que la muerte presume.

Mi abuela, siempre
lo dijo: guarden
el pan,
para que haya
con qué alumbrar la casa.

Mi abuela, que no tiene,
la pobre, casa
ya,
ni cara.

          Eliseo Diego, de “El sitio en que tan bien se está”.

En esta extraña calle donde vivo,
esta increíble calle de otra parte,
quién habita esa casa que es la mía
y entrando por la puerta grande y ocre
me deja afuera a mí, que soy él mismo,
temblando como un niño ante la entrada.

          Eliseo Diego, de “En esta extraña calle”.

        En lo alto

Un pájaro en lo alto,
en lo más fino
del árbol alto,
un tomeguín
nervioso, breve, tan liviano

como un soplo de luz,
está cantando
su propia levedad,
la maravilla
de su increíble ser

          - su pura vida
minúscula, perfecta, iluminada.

Eliseo Diego, “Los días de tu vida”.


Están los niños hablando de la dicha
tan lejos en la casa, que sus voces
apenas son un eco, una memoria
de otro rumor.

Están diciendo
sus venturas pequeñas, maravillas
de tocar y tener. Tú los escuchas
en tu cuarto desierto, mientras huyen

las páginas oscuras, y parece
que descansa la luz, que el tiempo todo,
secreto en el desván, claro en el alma,
se aviene a ser feliz

          Eliseo Diego, “La dicha”.
          
Las llamas charlan en la chimenea
con el obeso calderón de cobre.
…Qué bajas son las vigas,  y qué oscuras.
Por fin bulle el caldero entre las llamas.

La enorme vieja ahora suspira.
Dónde se fue tu aliento, dónde el aire.
Tan pura es la quietud
que oyes la leve
huella de la ceniza. Entonces,
entre el oro del fuego, la caverna
de la gran boca. Un huracán susurra
“había una vez…”
                      Y nace todo.

       Eliseo Diego, de “Mi madre la oca”.


Los viejos están solos con los viejos
…No les alcanza el colmo de los gustos
que cambian con las nubes, ni la ciencia
nueva del bien y el mal: melancolía
de estarse siempre al margen, y los sustos
de ver que ya se apaga la conciencia
como se oculta en la memoria el día.

          Eliseo Diego, “Los viejos”.
  
        Me da terror este papel en blanco
tendido frente a mí como el vacío
por el que iré bajando línea a línea
descolgándome a pulso pozo adentro
sin saber dónde voy ni cómo subo
trepando atrás palabra tras palabra
que apenas sé qué son sino son sólo
fragmentos de mí mismo mal atados
para bajar a tientas por la sima
que es el papel en blanco de aquí afuera
poco a poco tornándose otra cosa
mientras más crece la presencia oscura
de estas líneas si frágiles tan mías
que robándole el ser en mí lo vuelven
y la transformación en acabándose
no es ya el papel ni yo el que he sido.
          Eliseo Diego, “La página en blanco”.
























Porque llega una hora en que todas las casas se
 despueblan de sus ruidos mortales
y las vidrieras son frías como esos invernaderos
desolados, lisos ojos de muerto, que nadie supo nunca dónde quedan,

es preciso que alguien, alguno de nosotros, venga
y diga: los cubiertos de casa, qué se hicieron, alguien sin duda los ha robado…

Es así que ahora todo nos falta. Si alguien nos ofreciera un poco de café nos salvábamos
porque la casa deshabitada es adusta como la justicia del fin
y el viento que pasea por los altos no es sino el viento,
las estancias no son más que las estancias de la casa vacía
y es como si no hubiese venido nadie, como si nadie mirase los recintos del hombre, bajo los astros.

          Eliseo Diego, del poema “Bajo los astros”.

        Si me demoro, a solas,
si entretengo a mis días en la esquina
o cuento alguna fábula a mis miedos,

quizás, quién sabe,
tal vez por fin en el balcón te inclines,
tan joven eres tú, tan joven,
y acaso a mí contigo
de regreso a tu edad a salvo lleves.

       Eliseo Diego, de “Vuelta a la ronda”.


Un poema no es más
que una conversación en la penumbra
del horno viejo, cuando ya
todos se han ido, y cruje
afuera el hondo bosque; un poema

no es más que unas palabras
que uno ha querido, y cambian
de sitio con el tiempo, y ya
no son más que una mancha, una
esperanza indecible;

un poema no es más
que la felicidad, que una conversación
en la penumbra, que todo
cuanto se ha ido, y ya
es silencio.

          Eliseo Diego, “No es más”.
  

Voy a nombrar las cosas, los sonoros
altos que ven el festejar del viento,
los portales profundos, las mamparas
cerradas a la sombra y al silencio.

Y el interior sagrado, la penumbra
que surcan los oficios polvorientos
…Y nombraré las cosas, tan despacio
que cuando pierda el Paraíso de mi calle
y mis olvidos me la vuelvan sueño,
pueda llamarlas de pronto con el alba.

          Eliseo Diego, de “Voy a nombrar las cosas”.
         


¿Y qué va a ser de tus recuerdos cuando
no tengan ya dónde encontrar abrigo?

¿ Y qué va a ser de tus recuerdos, dime?

De aquella niña que llegaba siempre
más pronto que la luz a tus razones
y del menudo perro que consigo
llevó a su noche el ser de la ternura.
Tu juventud es más que mi memoria,
muchacha eterna de la eterna vía:
ella perdure cuando el resto acabe.

          Eliseo Diego,  de “Y qué va a ser de tus recuerdos”.

Qué poco todo, qué poco,
para tanta sombra
                              -tanta.

          Eliseo Diego, “A través de mi espejo”.