martes, 30 de abril de 2013

ANTONIO COLINAS, POEMAS I.


Enfermos de palabrería,
no cesamos de definir sin definir.
Nadie mira hacia el cielo.
Nadie lee en la tierra.
Nadie escucha la agonía del murmullo de los manantiales.
Van y vienen, sin pausa, los políticos,
dan vueltas y más vueltas al planeta,
mas ellos aun no creen
que los coeficientes planetarios
de podredumbre
sean los suficientemente preocupantes.

         
          Del poema “Meditación en el Simposio”.


                                                                                 Fotografía: Dariusz Klimczak.

                                      FE DE VIDA
Esperar junto a este mar en el que nacieron las ideas
sin ninguna idea. (Y así tenerlas todas.)
Ser sólo la brisa en la copa del pino grande,
el aroma del azahar, la noche de las orquídeas
en las calas olvidadas.     

Sólo permanecer viendo el ave que pasa
y no regresa; quedar
esperando a que el cielo amarillo
arda y se limpie con los relámpagos
que llegarán saltando de una isla a otra isla.
O contemplar la nube blanca
que, no siendo nada, parece ser feliz.
Quedar flotando y transcurriendo de aquí para allá,
sobre las olas que pasan,
como remo perdido.
O seguir, como los delfines,
la dirección de un tiempo sentenciado.   

Ser como la hora de las barcas en las noches de enero,
que se adormecen entre narcisos y faros.
Dejadme, no con la luz del conocimiento
(que nació y se alzó de este mar),
sino simplemente con la luz de este mar.
O con sus muchas luces:
las de oro encendido y las de frío verdor.
O con la luz de todos los azules.    

Pero, sobre todo, dejadme con la luz blanca,
que es la que abrasa y derrota a los hombres heridos,
a los días tensos, a las ideas como cuchillos.
Ser como olivo o estanque.
Que alguien me tenga en su mano como a puñado de sal.
O de luz.    

Cerrar los ojos en el silencio del aroma
para que el corazón –¡al fin!– pueda ver.
Cerrar los ojos para que el amor crezca en mí.
Dejadme compartiendo el silencio
y la soledad de los porches,
la hospitalidad de las puertas abiertas; dejadme
con el plenilunio de los ruiseñores de junio,
que guardan el temblor del agua en las últimas fuentes.
Dejadme con la libertad que se pierde
en los labios de una mujer.

                   

Hoy comienzo a escribir como quien llora.
No de rabia, o dolor, o pasión.
Comienzo a escribir como quien llora
de plenitud saciado,
Lloro por tener cerca una mujer,
por el agua de un monte
que suena entre cipreses en un lugar de Grecia;
lloro porque en los ojos de mi perro
hallo la humanidad, por la arrebatadora
música que quizá no merecemos,
Comienzo a escribir y también la escritura
llora, porque respira y quema, porque pasa.
Contemplo una llama muy quieta en la penumbra
de suaves jardines,
a la orilla de un mar calmo y antiguo,
y me voy encendiendo con la dicha
de saber que no existe otra verdad
que no sea esa llama, es decir,
la del amor que es don y que es condena.


          Del poema “La llama”.

                                                                      Fotografía: Georgui Pinkhass.


Me pedís que os diga cómo sois, 
cuando esta noche larga he velado pensando en cómo sois, 
pensando en cómo soy,…
No os diré cómo sois, pues simplemente sois.

Sólo quiero, por eso, 
deciros lo que habréis de recordar:
recordad y salvad vuestra quietud; 
si en el norte, a la sombra temblorosa del álamo; 
si en el sur, en la brisa del naranjo;
recordad cómo pasa el huracán por el junco,
y el junco no se inmuta, y el junco no padece.
Porque el junco es flexible…

Si a vuestra vida un día llegase el huracán,
si hoy llegó el huracán a vuestras vidas,
respirad en su furia con quietud, hondamente,
 y esperad. 
Ahora, más que nunca,
 sed flexibles, 
sed junco, aroma, luz.

          Del poema “Si a vuestra vida un día llegase el huracán” –dedicado a sus hijos-. 


   
Nos ha llegado el mal como un cuchillo airado
en sótanos de sombra,
mas casa y corazón están abiertos.
Una vez más tuvimos que poner
amor donde amor no se encontraba.
Y no hay mordaza, dardo, aguja, hiel,
que no pueda fundir la hoguera musical
que, de monte a monte, hoy propaga el otoño.

…Hoy hemos recibido la visita del mal,
mas pronto hemos tenido que enterrarlo.
…A solas nos tuvimos que beber
el vino que sacamos para el huésped,
el dulce vino del más hondo olvido.

          De “La visita del mal”.


   



¿Qué nos queda, teniéndolo ya todo,
sino abatirnos y besar la luz,
o en ella deshacer nuestra palabra,
que debiera  también
ser sólo mansa, como el aire leve?.
… 
Todo es manso en el mundo,
mas la vida en nosotros habrá de ser combate
hasta que la palabra recupere
fogosa mansedumbre.
A veces, con los ojos
húmedos de mirar tanta belleza,
el cerebro también se torna manso.
Entonces, todo es sacro en su unidad,
uno con todo es la palabra mansa.

Y si el cuerpo osara levantar
su vuelo más allá, más allá todavía,
si los labios callasen para ser
ocaso en el ocaso,
si oyésemos rendidos el silencio,
el mundo sería al fin hoguera de lo manso. 

                                   Del poema “Descenso a la mansedumbre”.

                                                                                        Fotografía: Piotr Kirol.




lunes, 29 de abril de 2013

VENDRAN MÁS AÑOS MALOS Y NOS HARÁN MÁS CIEGOS, RAFAEL SÁNCHEZ FERLOSIO.


En otro tiempo yo creía que “entender” quería decir bastante más de lo que a mí me pasaba cuando en verdad estaba entendiendo igual que los demás…Al cabo de los años empecé a sospechar que cuando los demás dicen que entienden en realidad están viendo ese vago resplandor, esos contornos de humo, esas difuminadas sombras que yo nunca habría osado antaño designar como “entender”. Y empecé a sospecharlo porque la otra hipótesis sería que yo soy tonto y, a estas alturas, una infamia semejante tendría que haber llegado a mis oídos o supondría una doble e imperdonable canallada: una canallada por parte del Creador, porque al que no se le concede inteligencia debería proveérsele por lo menos de humildad, para que no se rían de su atrevimiento, y una canallada por parte del prójimo, por no habérmelo hecho saber o tan siquiera dejado delicadamente adivinar a tiempo.

         

          
Lo más sospechoso de las soluciones es que se las encuentra siempre que se quiere.
****
(E.T.) El mundo se nos va volviendo tan ajeno y tan inhóspito, que pronto seremos los hombres, los terrestres mismos, los que mirando y señalando al planeta más remoto digamos: “¡Mi casa! ¡Mi casa!”.
****
Aquel que en última instancia se halla siempre dispuesto, si es preciso, a no vacilar en imponer su autoridad más valdría que desistiese ya desde el principio de querer empezar por intentar ser escuchado. Si en el límite está la violencia, todo el resto es ya también violencia.
****
(Imble, 1.) Nadie logra meterme tanto espanto como esos que gustan de decir con una espeluznante complacencia: “Es un proceso ab-so-lu-ta-men-te i-rre-ver-si-ble”. Toda esa serie de palabras que empiezan por “in” y terminan por “ble”: irreversible, imprescriptible, inalienable, inamovible, irrenunciable, inexorable, ineluctable, etc., ¡no sé qué especie de lívida oscuridad pretende convocar en derredor de todo el horizonte, sulfurando la atmósfera de tanta malevolencia y amenaza!

          



“Nadie logra meterme tanto espanto como esos que gustan de decir con una espeluznante complacencia: “Es un proceso ab-so-lu-ta-men-te irre-ver-si-ble”. Toda esa serie de palabras que empiezan por “in” y terminan por “ble”: irreversible, imprescindible, inamovible, inexorable, ineluctable, etcétera, ¡no sé que especie de lívida oscuridad pretende convocar en derredor de todo el horizonte, sulfurando la atmósfera de tanta malevolencia y amenaza! No se diría, en verdad, sino que todas ellas quieren al fin decir una y la misma cosa, cual si hubiesen nacido de una única palabra, que se multiplica en ejército para rodearnos y aterrorizarnos.”

        



No sé quiénes tendrían que producirnos más horror: si los del “Caiga quien caiga”, los del “Aquí va a haber que tomar una determinación” o los del “Esto lo arreglo yo en veinticuatro horas”. ¡Díos, pero qué tenebrosamente españolas suenan estas frases! ¿Qué tradición de rencor inextinto, de maldad infligida o padecida, ha podido dejar en el alma de los españoles un poso tan siniestro?
****
Lo más despreciable y bellaco de la famosa frase de Goethe: “Prefiero la injusticia al desorden”…la verdadera vileza de la frase consiste en claudicar ante el dilema, en no rebelarse airado…Quien no haya comprendido que el dilema es ya destino, ya fatalidad, ha renunciado a la mera posibilidad de albedrío.

          




“Pero ¿qué mayor prueba de que el futuro está ya escrito que la del periódico de cada mañana? ¿Cómo, si no, podrían pasar todos los días exactamente 32 páginas de cosas? Un mecanismo tan tenaz e indefectible no puede ser más que algo muy premeditado: resulta inconcebible como improvisación. Por eso, sólo el día en que venga algún periódico con, por ejemplo, tres páginas y trece diecisieteavos de páginas en blanco o bien dos páginas y ocho onceavos de página de más empezaré a pensar que tal vez es posible que, con todo, pueda en algún sentido hablarse de que hay, en cierto modo, porvenir.”

          





(Reiterativo.) Como la fealdad se muestra tan sorda, tan pertinaz, tengo que repetir siempre las mismas cosas, indefinidamente. De los dos –quiero decir, de la fealdad y yo-, el primero en cansarse seré probablemente yo, pero por defunción, no porque le conceda a ella la última palabra.
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(¡Qué confusión!) ¿Quién más lleno, más enjoyado, más pagado, más venturoso que el vencedor? Y, sin embargo, todavía parece que todos los demás le son deudores.
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(Never more.) Decir que el tiempo todo lo cura, vale tanto como decir que todo lo traiciona. ¿Sabré sobrevivir sin traicionar? (11-IV-85.)
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Donde me veo no es en las tinieblas, sino en la opacidad; las tinieblas serán oscuras y espantables, pero están vacías, tienen distancias infinitas, por las que uno puede precipitar o vagar eternamente. La opacidad empieza a medio centímetro de la superficie de mi cuerpo y es de pared maciza y tan infinitamente gruesa como honda la tiniebla, pero de cal y canto.
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Cuando la acción se ha vuelto inercia y rutina, ya sólo la omisión es resistencia, deliberación y libertad.



(Ver y mirar, 1) Hay una terrible forma de ceguera que muy pocos advierten: la que permite mirar y llegar a ver, pero no ver inmediatamente sin mirar. Aquel ver sin mirar era como besarla o estar besándola, sin antes haberse dicho “La voy a besar”. Así era el campo hace no sé cuántos años, cuando todavía era campo, campo de verdad, y no paisaje. Así era, sí, en verdad, el campo; no se miraba, tan sólo se veía. Hoy todo está emponzoñado de doblez; amagamos, hacemos fintas como espadachines; ningún impulso nace ya puro y directo…Por eso, aunque mire y vea y crea llegar a ver lo que veía antaño, mi paseo por estos campos que siempre creí mi patria, mi querencia animal, son ya como el paseo de un ausente por unos campos desaparecidos.



No ha de extrañar que el ánimo en que me pone la mañana sea, cada días más decididamente, el de correr en el acto a presentar mi dimisión irrevocable. Pero no puedo darme tal satisfacción, porque no existe el organismo idóneo para una dimisión como la mía”.
…………………………………………………
“Lo más sospechoso de las soluciones es que se las encuentra siempre que se quiere”.
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“(E.T.) El mundo se nos va volviendo tan ajeno y tan inhóspito, que pronto seremos los hombres, los terrestres mismos, los que mirando y señalando al planeta más remoto digamos: “¡Mi casa! ¡Mi casa!”.
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“No hay nada que pueda impresionarme tan desfavorablemente como el que alguien trate de impresionarme favorablemente.”


                             "Vendrán más años malos y nos harán más ciegos"











domingo, 28 de abril de 2013

FRANCISCO PINO. POEMAS I.



cuando la inteligencia
se pone,
la maravilla de la noche llega.
todo lo que no se veía, al fin
se ve. el silencio canta
y el vacío sostiene
los cuerpos luminosos.
entonces, de la nada surge
el todo , y se aparean
para que todos nazcan de la mente
que, sin conocimiento
ya,
feliz,
ordeNA
          


1. Me han mirado los ojos del niño, qué sabor he sentido de cueva
tan pequeño, tan prieto, tan íntimo.
2. Me han mirado los ojos del niño y he sabido de pronto qué es todo;
qué es el dentro y el fuera, la carne y el vidrio.
3. Yo no sé ya si vivo mas sé qué es la vida, la casa, este sitio 
que habito y el mundo.
Y es porque me han mirado los ojos del niño.

          FRANCISCO PINO, de “Antisalmo 28”.


ANTISALMO 40
1.    El barrendero va al Ayuntamiento al amanecer. Coge los bártulos. Barre.
     El Alcalde va al Ayuntamiento al mediodía. Empuña el abrecartas. Se sienta. Algo está ocurriendo.
2.    El Alcalde dice: Vd. No ha barrido, barrendero. Yo me he sentado.
     El barrendero baja la cabeza y barre. Algo está ocurriendo.
3.    El Alcalde se va a las siete al teatro.
     El barrendero mira al teatro y barre delante. Algo está ocurriendo.
4.    El Alcalde se acuesta a las doce. Se duerme, no sueña.
     El barrendero se acuesta a las doce. Le duelen los riñones. Y sueña que está barriendo junto a una estrella. Algo está ocurriendo.
5.    La luna está arriba,
     Debajo.

     FRANCISCO PINO, “Antisalmos”, 1978.




ANTISALMO 64
1.    Si tú eres el que debes ser junta tu rostro
     al de los otros. Junta tu rostro.
2.    ¿No sientes horror al tuyo propio
     solo? Junta tu rostro.
3.    Y nacerá tu nombre propio,
     junta tu rostro,
4.    éste: Juntosseremossomos
     y tu apellido, éste: Mundodetodostodo; junta tu rostro.
5. La luna está arriba,
     debajo.
               Nota al versículo 4º del antisalmo 64: Y entonces, cuando consigas este nombre y este apellido común, entonces…todos los nombres serás tú; las arenas, las arenas serás, incontables, tú.
               

Así viví los años, sin vivirlos,
ajustado a los peces y a los mirlos,
a los deslices y a los silbos varios.

Jamás supe si fui diamante o turba,
transparente o tupido, recta o curva;
sé que viví tan sólo de adversarios.
           Del poema “Como frenado”.



Cuántas ganas de vivir
          por lo otro
          que estrénase en mí.

Me lleva hacia el brote
          otra savia
Soy hacia    soy hacia

Soy voy soy voy     mas sin mí
          cuántas ganas tengo
          de ¿vi
                    vir?

          Francisco Pino, de “Canción sin mí”.

          En la foto, dos maestros, Miguel Delibes y Francisco Pino.

dice la piedra: Grises.
Y el gorrión grita: ¡Verdes!

Lo efímero del ala
contra el arco perenne;
dice la piedra: Nunca.
Y el gorrión grita: ¡Siempre!

          Del poema “Cementerio y gorrión”.



Dormido está el pájaro, el pájaro solitario;
en la rama más alta, dormido está;
en la rama invisible de la copa invisible,
de la copa del árbol invisible.

Ya no le ven mis ojos.
Ya su sueño en la noche está sumido;
ya es una esfera, una esfera de amor;
ya, ya rueda su olvido.

          “Última canción de mis ojos”.

El airecillo trae el sueño. Le trae por las hojas altas.
El sueño tiene el elástico caminar el tigre: su hermosa faz.
Al sueño, ¿quién le domina?
Me lleva donde yo nada puedo ni sé.

Donde yo nada puedo ni sé y comienzo a participar de la Naturaleza y su poder,
donde, como la savia, soy alabanza en el color verde de la hoja.

Donde ya nada puedo ni sé y comienzo a participar del tiempo y su energía, de la Historia y su experiencia;
donde, como la sangre, soy alabanza en la forma del gusano o en la música del pájaro.

Donde ya nada puedo ni sé y comienzo a participar del fluir y su inteligencia;
donde, como alfaguara, soy alabanza en el borbotón que con el sol se junta.

Al sueño no le domino,
me domina.
Como a hoja que mueve el aire, siento a su paso elástico, suavísimo.
Ya lo que siente la hoja que mueve el aire, siento.

           “Hacia el sueño”, de “Vida de San Pedro Regalado.Sueño”.


El ritmo de lo humano él lo condensa,
cofre es de aquello que la mente piensa,
donde la eternidad se guarda breve.

Si el corazón se ofrece en esa altura,
respire en esa cima la ternura,
mitíguese mi ardor sobre esa nieve.
          Del poema “El pecho”.



         En la mañana de Julio me pregunté, ¿por qué?
Descansando a la orilla del Duero me pregunté, ¿por qué?
¿Por qué es esta orilla distinta a las otras orillas de
los otros ríos y sin embargo…?
Sin embargo, este álamo, esta amapola, no son distintos.
¿Por qué se estremece mi corazón al modular
mis labios las sílabas de cualquiera de los
nombres de esta orilla hálleme donde me halle?

          De “Vida de San Pedro Regalado. Sueño”.

¿Fuente?
No,
¡pared
celeste!
(Los labios que se te acerquen
tendrán más sed).
          FRANCISCO PINO




¿Habrá algo más hermoso que quedarse sin huellas?
Sólo el pájaro sabe de esta gracia…

          Francisco Pino, del poema “Las huellas”.

                                                                Fotografía: Masao Yamamoto.
hoy somos tú y yo del mismo género
          algo más que gramática
          (igual el fuego en ti que en mí 
          igual el aire en ti que en mí
          igual el agua en ti que en mí
          ¿en quién la tierra? ¿en ti o en mí?)
                    otro sexo nos une
                    idéntico uno superior David
                    con su honda ¿quién no entiende?

          Del poema “Otro sexo”.

                                                           Fotografía: Martin Iman.

            IDEAL
Ideal de mi canción:
¡tomar de este espacio brasa
y dársela al corazón!

          


 LA RENDIJITA
Rendijita sutil, apenas nada,
español que te escapas como puedes
de tu edad y sus fórmulas; tu instinto
contra el poder ¿de dónde viene? Hondo

se inscribe en los temores que te roen
y aflora en esa bacanal de un solo.
Entre príncipes y entre purpurados
te escurres por tu propia humana grieta.

De pronto un hálito, una bocanada
de aire limpio se llega hasta la historia
con un tacto de arenas ancestrales
y se oye que respira bajo tierra

qué simiente inmortal: ¿posible patria?

           “Cuaderno salvaje”, 1983.
          











EL PAÍS DE LOS CUENTACUENTOS, DARIO FO.


En Porto Valtravaglia el curso escolar acaba de empezar. En este pueblo, tabernas, tascas, bares y hoteles no cerraban jamás sus puertas….
Pero entre toda la caterva de estrambóticos parroquianos, los personajes que merecían mayor atención y respeto eran sin duda los Cuentacuentos y lo fabuladores.
Los fabuladores eran la gloria y el orgullo de mi nuevo pueblo. Los encontrabas en las tabernas, delante de la iglesia, en el embarcadero, en los muelles del puerto. Solían contar sucesos ocurridos hace siglos y siglos…pero era pura picaresca, pues tomaban prestadas historias míticas para tratar la realidad cotidiana y los acontecimientos de la crónica más reciente, empleando los recursos de la sátira y lo grotesco.
…La figura del diferente, del imprevisible, del ilógico siempre me ha fascinado; pero lo que más me implicaba era lograr apoderarme de la técnica de contar.


 Los árboles frutales habían disparado chorros de flores. Mi abuelo disfrutaba en silencio de mi asombro, luego me sopló, casi como un apuntador. “¡No mires sólo con los ojos, mira también con la nariz!”
“¿Que mire con la nariz?”
“¡Sí, huele, escucha los olores y los perfumes!”
“Cuántas cosas sabes, abuelo…”
“Sólo soy un curioso tremendo, que no se conforma fácilmente con las nociones que te propinan tanto los libros como los profesores. Verás, para las pantas, las patatas, las flores o los tomates el discurso es el mismo: si a una manzana la pica un insecto cabrón o la infecta un virus, en seguida reacciona cambiando de olor, antes incluso que de aspecto. Es una señal que te ofrece gratis. Lo mismo pasa con un hombre o una mujer: su buen aroma te avisa no sólo de su buena salud, sino incluso de su humor”.
“¿Y todos se dan cuenta? ¿Sólo con olfatear?”
“No, lamentablemente…hemos perdido el olfato…¡nos hemos quedado castrados de este sentido fundamental!”
Yo estaba consternado: “¡Qué desastre! ¿Y ya no se puede hacer nada?”
“Bueno…ejercitándose con algo de método, y sobre todo mucha constancia, se puede remediar.”
“¿Ejercicios de olfateo?”
“Sí, precisamente: entrenarse en husmearlo todo…¡Verás cómo adquieres una buena cultura!”

          


Sí, lo reconozco: ¡a mí las mujeres, desde que vine al mundo, me gustan a rabiar! Si además se trataba de una mujer luminosa como Bedeliá, con ese aroma a flores y fruta que despedía su piel…¡Dios, qué alucine! Entre sus brazos yo la olía con la glotonería de un drogado.
También mi madre era hermosa y fresca, como o más que Bedeliá…¡si me parió con sólo diecinueve años! Mi madre está por encima de cualquier comparación…con el perfume de mi madre se me hacía la boca agua, en sus brazos no hacía viento ni calor. Su calidez disolvía cualquier temor: ¡realmente me encontraba en el vientre del universo!

         
         



Transcurrido el invierno, volví a visitar al abuelo. Estaba ya casi del todo ciego, pero vivía su condición con una autoironía impresionante…
Cuando se quedaba en casa nunca estaba solo; venían campesinos a pedirle consejos…Era verdad que no veía, pero tal y como me enseñó de niño, el tacto y el olfato eran medios infalibles para juzgar.
…Yo escuchaba apartado, fascinado por cómo el abuelo lograba expresar con tanta sencillez conceptos tan importantes sobre la naturaleza, y me venía a la mente esa máxima genial de Montesquieu que dice: “Los eruditos pedantes son los que con términos extravagantes logran comunicar la nada más absoluta”. Mi abuelo era justo lo contrario.
Y todos los viernes llegaba puntual el párroco de Torreberetti. Él y el cura se sentaban bajo la pérgola de glicinas y conversaban siempre más bien animados. Una vez oí al abuelo gritar: “Lo que pasa es que vosotros, queridos católicos apostólicos romanos, para sobrevivir necesitáis todos los santos ritos de la religión, empezando por la confesión que os libera  toda culpa: un  poco de arrepentimiento, y en paz. Los ateos, por el contrario, no podemos recurrir a ningún santo. Para nuestras culpas sólo tenemos que dirigirnos a nuestra conciencia. Y si entramos en crisis sólo queremos cuentas con la razón”.
Después, mientras saludaba con gestos de la mano al párroco que se iba alejando, comentaba: “Tengo que tomarme con más calma el provocarle demasiado. Lo mismo cualquier día tiene una crisis y tira el hábito y se hace ateo también. ¡Y a mí me toca ocupar su puesto en la parroquia!
Tres años más tarde el abuelo murió…El profesor de Alessandria se encargó de decir unas palabras sobre la tumba del abuelo.
Una frase ha permanecido viva en mi memoria: “Cuando muere un campesino que sabe de su tierra y de la historia de los hombres que la trabajan, cuando muere un sabio que sabe leer la luna y el sol,  los vientos y el vuelo de las aves, como sabía el Bristín, no es sólo un hombre el que muere: ¡es una biblioteca entera la que se quema!

          Dario Fo, “El país de los cuentacuentos”
         



sábado, 27 de abril de 2013

LO QUE CUENTA ES LA ILUSIÓN, IGNACIO VIDAL-FOLCH.


Barcos en la arena.
Apoyado en la baranda de cara al desierto estaba un hombre delgado, bajo, bien plantado.
Era mediada la tarde de un día laborable, y el hombre observaba el panorama monótono del desierto, y casi al pie del mirador, la hilera de los nueve barcos.
Esa hilera de barcos oxidados y cubiertos de grafiti de tiza, apuntando con la proa hacia las dunas y, más allá, a la invisible orilla del mar que cada año se aleja unos metros más, constituyen una instalación artística sin parangón en el mundo, a la que si se le tuviera que reprochar algo sería la excesiva evidencia de su deprimente agonía. Barcos en la arena.
Le he dado conversación. Se llama Sailov. Me cuenta que décadas atrás él fue piloto de uno de esos barcos…”El desastre –me dijo- empezó a notarse  en 1975. En ese año ya ibas a bañarte a la playa y el agua llegaba hasta determinada altura, digamos hasta la línea de ese matorral; y a la mañana siguiente volvías y comprobabas que había retrocedido un metro…Y antes de que te dieras cuenta el mar era una línea en el horizonte, y al día siguiente había desaparecido de la vista.
“Sí, claro que conozco el nombre de esos barcos. Ese es el “Andulka”; ése, el “Atrevido”; el más grande es el mío, el “Gaviota”; ése otro es el “Rosa de los vientos”….

          

          Fotografía: Barcos en el Mar de Aral (Autor desconocido)

Cuando se habla de  “El malestar de la cultura” me zumban los oídos. “¿Es a mí?”
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No queremos saber lo que pasa ni lo que nos aguarda. Lo que queremos es que vaya pasando el tiempo y al fondo, bajo la puerta, la ilusión de una rendija de luz.
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Este retraso en comprender la verdadera naturaleza de las relaciones entre el individuo carismático con la política de los pueblos a los que dirige, y este retraso en el diagnóstico fisiognómico correcto, prueban nuestra mala lectura  -mi mala lectura- de las apariencias. Debería recordar que aquel rostro me engañó cada vez que siente la tentación de emitir un juicio.
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Encantador nomenclátor de Lisboa…Por todas partes se alzan los signos de que fue la metrópoli de un imperio colonial. Es una ciudad vacía, pensativa, en pronunciado declive; el vecino da pasos lentos por cuestas adoquinadas, concediéndose pausas para descansar, para fumar, acodado en los miradores que se abren al océano inmenso, a la terrible verdad.
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A veces me parece que el centro de Europa, con toda su malvada hipocresía y donde todo está pautada hasta la respiración, es preferible al sur.
Pero claro, esta preferencia responde al hecho de que nací y vivo en Barcelona.
Turgueniev cita en “Humo” un refrán ruso: “Se está bien allá donde nosotros no estamos”.
Pessoa dice algo parecido en el poema sobre la carretera de Sintra: “…allí la vida debe de se feliz sólo porque no es la mía”:
          A vida ali deve ser feliz, só porque não é a minha.

         

Toda la noche oíamos a los peces jugar.

Regresamos a Tashkent…Estaba entrando en su casa un señor bajo y obeso, con una perilla canosa, vestido con una túnica y un caftán negro, con bordados dorados; ha querido saber quién soy, de dónde vengo y qué hago aquí, y me ha invitado a “tomar el té”…Me ha parecido entender que se llama Kaled.
…Se acuerda de los veranos de su infancia.
-Toda la noche oíamos  a los peces jugar. Toda la noche oíamos a los peces saltar y jugar. Los peces de aquí, comparados con los de otros mares, eran muy grandes y sabrosos, porque comían la hierba del lecho del mar, ¿sabes?, y esa hierba les daba un sabor muy especial. Todos mis vecinos eran pescadores y cada dos por tres me pasaban un cubo lleno de pescados. Los vecinos también cazaban aves en los cañizales. Había unos roedores de piel muy fina, que salían del mar y se te metían en la casa…Sus pieles servían para hacer gorros. Había también muchos patos, gansos, caza. Todo ha desaparecido.”
…Antes de abandonar la casa he vuelto a ver, bajo el banco de madera y junto al polvoriento montón de botellas de wodka, la canoa.
-¿Aún la guarda?
-Sí, la conservo, porque ¿yo no sé si el mar regresará mañana?...No tiro la canoa. Cuando llegue el agua, yo podría hacer vida otra vez bajo la parra; podría plantar vid…
-Así que usted cree…
-¡Sí, creo que el mar volverá!

          



Desde la ventana veo a Andrés caminando por la acera de enfrente, ensimismado, aislado en esta tarde invernal, entrado en años, solo, envuelto en su soledad.
¡Ah, pero no es él, sino alguien que se le parece!
¡Está el pobre hombre tan solo que ni siquiera es él mismo sino alguien parecido!
 ****
En la tele, un bestial militar de un país africano sumido en la guerra civil le dice a un subalterno, mientras a punta de fusil conducen a unos jóvenes a ametrallarlos en una esquina:
-A ese dispárale al pecho, no a la cabeza, que quiero quedarme su gorra.
Y en efecto los matan, y el bruto reaparece en pantalla, sonriente, luciendo en la cabeza la gorra roja.
Me ha recordado a la maestra de un pueblo de León a la que fusilaron durante la guerra civil y luego la mujer de uno de los asesinos andaba por el pueblo luciendo su abrigo.
Es el verdugo de García Lorca, que se quedó con su reloj y su cartera, según cuenta Trapiello.
Lo llamativo en estas tres anécdotas es la descompensación: el desequilibrio entre el mal que se causa y el beneficio que se extrae de ello: una gorra, un abrigo, un reloj. Son casos de fetichismo inverso, fetichismo de magia negra, talismanes del mal que atraen a los demonios imbéciles.

      

En tierras de Josep Pla. Llofriu. El cementerio. Un día soleado, caluroso. La tumba está “un poquito abandonada –me advirtió una vecina- .¡Después de todo lo que hizo por el pueblo!”, agregó en un tono compungido que suena a moneda falsa…
Por encima de la tapia asoman dos cipreses desmochados, cipreses que para nada se proyectan al azur como el de Silos que deslumbró a Gerardo Diego; no, cipreses bajos, chatos, muy propios de Pla…
En lo alto de la pared hay un azulejo con un dibujo ingenuo. El texto dice: “Ruta Josep Pla. 10: el cementiri”. Y un poco más abajo: “La Caixa”. (“La Caixa” no es el ataúd de Pla, sino el banco patrocinador de la ruta.)
Que la ruta turístico-cultural integre como última etapa el cementerio es una ordinariez, pero vaya y pase. Lo sensacional es que no sólo el venerable escritor sino todos los muertos del cementerio hayan sido reclutados como soporte de la publicidad de un banco. Ese azulejo le deja a uno estupefacto.

          

                                                           
 En la foto, tumba de Josep Pla.






 “El éxito es la capacidad de ir de error en error sin perder el entusiasmo”, lo dijo Churchill durante la segunda guerra mundial. Creo que es una definición exacta y que explica con claridad por qué estamos condenados.

         

                                                                               Fotografía: Manel Armengol.

Respetarse a uno mismo  –no mucho: basta un poquito-  es lo único que cuenta. Al que consigue esto tan difícil es imposible herirle de verdad, incluso su propio hundimiento puede parecerle majestuoso, y que zozobra como el “Titanic”: con la orquesta sonando.

                             "LO QUE CUENTA ES LA ILUSIÓN".
          

                                                                  Fotografía: Claudia Guadarrama.