lunes, 27 de mayo de 2013

ADELAIDA GARCÍA MORALES, "EL SILENCIO DE LAS SIRENAS".

"Me siento subida a una extraña plataforma aérea, lanzada ya hacia la muerte. Y tú, Agustín, me destruyes. Mira cómo me haces enfermar: débil por ti, enloquecida por ti, que sólo me das tu silencio. Pero ya he aprendido a escuchar tu voz sin que me hables, y eso es lo peor. Pues ahora sé que tu silencio no es silencio, ni tu indiferencia, indiferencia. O quizá sólo sea mi esperanza disparatada que me hace inventar un fantasma, tú, con los sentimientos que deseo." 


“Había duendes negros danzando en el azul de aquella noche, y eras imposible al otro lado de un cristal azul. Azul mi tristeza y tu sombra, azul un hondo dolor sin lágrimas, azul tu silencio en mi pena. Y tus ojos…inmensos mares negros perdidos para mi esperanza.”

         

          
"Parecía que le bastaba con evocar a Agustín Valdés, con traerle a la realidad de las palabras para sentir que ,de alguna manera , estaba realizando su amor. Pues eran precisamente las palabras el único material mundano con el que iba construyendo su singular historia, y alimentando un sentimiento cuya realidad, viniera de donde viniese, era indiscutible"
"Cuando hablaba de su amor, lo hacía como si fuera el único o el primero de la humanidad(...) Yo sabía que su amor era real, extremadamente intenso, tan poderoso como para nutrirse sólo de sí mismo y de su portentosa imaginación"
"Anoche volví a soñar contigo Agustín- había escrito Elsa en su cuaderno-. ¿Soñar?, no estoy segura de poder nombrar así los lugares, objetos, paisajes, personas, palabras,  sucesos que se me aparecen  constituyendo esa otra vida que comparto contigo, no sé dónde ni cuándo, pero que me pertenece de la misma manera que ésta de todos los días"
" Le había impresionado en mensaje que le había llegado desde las páginas de La fugitiva de Marcel Proust: "Por los demás, en la historia de un amor y de sus luchas contra el olvido¿ no ocupa el sueño un lugar aún mayor que la vigilia(...) Pues, dígase lo que se quiera, podemos tener perfectamente en sueños la impresión de que lo que en ellos ocurre es real"
Adelaida García Morales, “El silencio de las sirenas”.




Pensé entonces que ciertas enfermedades podían, a veces, asomarse a un rostro en forma de arrebato o pasión, y también que, seguramente, una persona como ella era lo que la gente llamaría “loca”. Y, sin embargo, ahora, al recordarla, siento un profundo respeto por sus palabras, su esperanza, su dolor, su melancolía, su inapetencia, su abandono…Todo ello se engarzaba en el hilo de un sentimiento que quizá no fuera sino amor al Amor. Pues ahora estoy convencida de que era el amor, y no la enfermedad, lo que la hacía resplandecer de aquella manera.

         


“Si tú no fueras una sombra…si yo no te inventara…si te adivinara entre sueños y visiones surgidos de extrañas profundidades que hubiera en mí…Pero no puede ser. Tú eres sólo una sombra y ese es mi mal, pues las sombras no pueden morir.”


“Yo sé que tú eres eso que yo he visto y que ahora ensueño. A veces me pregunto cómo pueden los sueños tejer una historia que me va enredando más que la vida misma. Aunque, ¿acaso no son ellos mi vida?”

sábado, 25 de mayo de 2013

MAX AUB, ESCRITOS.

Pasarse todo, y de todo.
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Se ve con razones. Si no, ¡qué galimatías se nos echaría encima! Pero si sólo se viese con razones seríamos de piedra.
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La pintura no debe decir nada. Ha llegado la hora de hacer una pintura muda, una pintura sorda, una pintura abierta en canal: que enseñe sus tripas.
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El arte arde o no es.
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Ir contra el momento preciso, ir en contra de “ahora”, para dar a las cosas un estar perdurable.
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Con la materia nada podemos, queda la forma: para jugar.
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Devolver a la pintura su sentido mágico. Pintar amuletos. Pintar trampas en las que caiga lo representado, inmortal ya.
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¿Quién no pinta, sabiendo? Hay que llegar a una pintura que parezca que cualquiera pueda hacer y que sin embargo, sólo sabiendo se haga.


          Max Aub, “Jusep Torres Campalans –del Cuaderno verde, 1906.-“



          “Queda la imaginación, gran fortuna. Puestos a mentir,
hagámoslo de cara: que nadie sepa a qué carta quedarse. Solo en esa
inseguridad crecemos grandes, solos, cara a cara, con el otro.”
          Max Aub, “Jusep Torres Campalans.”



Todo nace de la ignorancia.
                    ^^
Sólo el que se declara vencido perece.
                    ^^
Ser molino, no molienda.
                    ^^
Ver la cara y en envés.
                    ^^
Hacer sombra y no estar en otra.
                    ^^
Conocimiento es saber; conocerse, arte.
                    ^^
En la duda no te abstengas nunca.
                    ^^
Sobreponerse, siempre.
          MAX AUB, “Aforismos en el laberinto”.

          En la foto, Efraín Huerta, Max Aub, León Felipe.

          “Queda la imaginación, gran fortuna. Puestos a mentir,
hagámoslo de cara: que nadie sepa a qué carta quedarse. Solo en esa
inseguridad crecemos grandes, solos, cara a cara, con el otro.”
          Max Aub, “Jusep Torres Campalans.”


          “Estos que ves ahora deshechos, maltrechos, furiosos, aplanados, cansados, mordiéndose, hechos un asco, destrozados, son, sin embargo, no lo olvides, hijo, no lo olvides nunca pase lo que pase, son lo mejor de España, los únicos que, de verdad, se han alzado, sin nada, con sus manos, contra el fascismo, contra los poderosos, por la sola justicia; cada uno a su modo, a su manera, como han podido…Estos que ves, españoles rotos, derrotados, hacinados, heridos, soñolientos, medio muertos, esperanzados todavía en escapar, son, no lo olvides, lo mejor del mundo. No es hermoso. Pero es lo mejor del mundo. No lo olvides nunca, hijo, no lo olvides.”
          MAX AUB, “Aforismos en el laberinto.”
          

Max Aub llega a Cadaqués después de treinta años de exilio. Agosto de 1969.

Saliendo de Figueras la carretera se estrecha, sube. Serpentea. Todo es piedra. Mueren los árboles. Allá a lo lejos, abajo, enorme, azul, tranquila, suave, destrozada en sus bordes: la bahía de Rosas y el pueblo, que fue pequeño y casi nada, rodeado de rascacielos. Se traspone. Cadaqués. Cadaqués, lleno de gente. Cadaqués: su centro pequeño, su playa pequeña, su puerto pequeño, sus barcas pequeñas, sus bares pequeños y todo revuelto y roto por la música, la misma de París, la misma de Londres, la misma de Nueva York. Altavoces, gritos, movimientos aunque ahora nadie baile. Sábado a todo meter y beber.
…Vamos a cenar a casa de Carmen Balcells.  Una casa nueva, nueva, encantadora. Una cena esplendida. Parece que querían que cenáramos nosotros con los García López –Pepe García y  Carmina Pleyán-…pero irrumpen, habla que te habla, dando saltos y abrazos Gabo García Márquez, gordo, lúcido, bigotudo. Y la Gaba.
…Le recuerdo a Gabo que hoy -23 de agosto de 1969- se firmó el pacto germano-soviético.  Para él lo que importa es Checoeslovaquia.
Salimos al balcón, los balcones: el mar, la noche. Tiempo dulce. Maravilla.
Hablan y hablamos. No hay manera de oír, sí de entenderse.
-Estaréis cansados.
En el hostal, puros jóvenes impuros haciendo ruido, si agradables de ver, desagradables para el sueño. Sus padres deben andar por sus provincias. En vez de guerras, vacaciones. “El mundo adelanta que es una barbaridad”.
Ni siquiera pienso en que esta es mi primera noche en España desde hace más de treinta años. Además ¿esto es España?

          Max Aub, de “La gallina ciega”.


         

domingo, 12 de mayo de 2013

VICENTE HUIDOBRO, POEMAS.


Cómo hacer alegría hombres hombres
Si lleváis cada día adentro de una lágrima
Y en lágrimas se caen por el tiempo
Hombres hombres si aún estáis encadenados
Si supierais vosotros que uniendo vuestros sueños
Caería en pedazos la realidad pequeña y sin cimientos

La vida es vuestra estatua
La vida
Es vuestra es vuestra      Es de todos
La vida es nuestro canto en la fracción de tiempo que nos toca

          Vicente Huidobro, del poema “Pequeño drama”.

Dadme dadme pronto un llano lleno de silencio
¿Robinsón por qué volviste de tu isla?
De la isla de tus obras y tus sueños privados
La isla de ti mismo rica de tus actos
Sin leyes ni abdicación ni compromisos
Sin control de ojo intruso
Ni mano extraña que rompa los encantos
¿Robinson cómo es posible que volvieras de tu isla?

          Vicente Huidobro, de “Altazor”.


          Foto: collage-retrato de V.Huidobro con el manuscrito de “Altazor” al fondo.

Embruja el universo con tu voz
Aférrate a tu voz embrujador del mundo
Cantando como un ciego perdido en la eternidad
          Vicente Huidobro, “Altazor”.


Ha de llegar el día…
en que tu corazón diga su risa de hojas simultáneas
Y se abra tan sencillo como esas flores
Que huyen de la noche y de las manos de los ciegos
Esas flores mudas de tanto color desesperado

No sé cómo explicarte la compañía de las maravillas
Que nunca debe abandonarnos
Que el mundo nos ofrece por todos sus contornos
En todos sus instantes subidos a nuestros cabellos
Entrados a nuestro corazón y entregados a nuestras manos
En alegría cotidiana o drama favorito

          Vicente Huidobro, del poema “Entre dos viajes”.


          En la foto, Vicente Huidobro (composición de autor desconocido)

La herida de luna de la pobre loca
La pobre loca de la luna herida
Tenía luz en la celeste boca
Boca celeste que la luz tenía

          Vicente Huidobro, “Altazor”.

          Fotografía: Artur Saribekyan.

LA POESÍA ES UN ATENTADO CELESTE
Yo estoy ausente pero en el fondo de esta ausencia
Hay la espera de mí mismo
Y esta espera es otro modo de presencia
La espera de mi retorno
Yo estoy en otros objetos
Ando en viaje dando un poco de mi vida
A ciertos árboles y a ciertas piedras
Que me han esperado muchos años
Se cansaron de esperarme y se sentaron
Yo no estoy y estoy
Estoy ausente y estoy presente en estado de espera
Ellos querrían mi lenguaje para expresarse
Y yo querría el de ellos para expresarlos
He aquí el equívoco el atroz equívoco

Angustioso lamentable
Me voy adentrando en estas plantas
Voy dejando mis ropas
Se me van cayendo las carnes
Y mi esqueleto se va revistiendo de cortezas
Me estoy haciendo árbol Cuántas cosas me he ido convirtiendo en
                                                                                    [otras  cosas...
Es doloroso y lleno de ternura

Podría dar un grito pero se espantaría la transubstanciación
Hay
que guardar silencio Esperar en silencio

          VICENTE HUIDOBRO, DE “Últimos poemas”, 1948


Mas no temas de mí que mi lenguaje es otro
No trato de hacer feliz ni desgraciado a nadie
Ni descolgar banderas de los pechos
Ni dar anillos de planetas
Ni hacer satélites de mármol en torno a un talismán ajeno
Quiero darte una música de espíritu
Música mía de esta cítara plantada en mi cuerpo
Música que hace pensar en el crecimiento de los árboles
Y estalla en luminarias adentro del sueño

          Vicente Huidobro, de “Altazor”.

                                             Foto: Página manuscrita de “Altazor”.

Razón del día no es razón de noche
Y cada tiempo tiene insinuación distinta
Los vegetales salen a comer al borde
Las olas tienden las manos
Para coger un pájaro
Todo es variable en el mirar sencillo
Y en los subterráneos de la vida
Tal vez sea lo mismo

          Vicente Huidobro, “Altazor –canto V-”.

                                                                           Fotografía: Masao Yamamoto.

¿Recuerdas cuando eras un sonido entre los árboles
y cuándo eras un pequeño rayo vertiginoso?

Ahora tenemos la memoria demasiado cargada
Las flores de nuestras orejas palidecen
A veces veo reflejos de plumas en mi pecho
No me mires con tantos fantasmas
Quiero dormir quiero oír otra vez las voces perdidas
Como los cometas que han pasado a otros sistemas

¿En dónde estábamos?  ¿En qué luz en qué silencio?
¿En dónde estaremos?
Tantas cosas tantas cosas tantas cosas

Yo soplo para apagar tus ojos
¿Recuerdas cuando eras un suspiro entre dos ramas?

          Vicente Huidobro, del poema “Imposible”.



Sigo las flores y me pierdo en el tiempo
De soledad en soledad
Sigo las olas y me pierdo en la noche
De soledad en soledad
Tú has escondido la luz en alguna parte
¿En dónde? ¿En dónde?
Andan los días en tu busca
Te buscan los caminos de la tierra
De soledad en soledad
Me crece terriblemente el corazón
Nada vuelve
Todo es otra cosa
Desbordará mi corazón sobre la tierra
Y el universo será mi corazón

          Vicente Huidobro, del poema “Balada de lo que no vuelve".






Silencio
          Se oye el pulso del mundo como nunca pálido
La tierra acaba de alumbrar un árbol

          Vicente Huidobro, final del canto I de “Altazor”.

          Fotografía: Dariusz Klimczak.

Soy bárbaro tal vez
Bárbaro limpio de rutinas y caminos marcados
Poeta
Antipoeta
Culto
Anti culto
Animal metafísico cargado de congojas
Animal espontáneo directo sangrando sus problemas
Solitario como una paradoja.
          Vicente Huidobro, “Altazor”.


Y ahora soy mar
Pero guardo algo de mis modos de volcán
De mis modos de árbol de mis modos de luciérnaga
De mis modos de pájaro de hombre y de rosal
Y hablo como mar y digo
De la firmeza hasta el horicielo
Soy todo montalas en la azulaya
Bailo en las volaguas con espurinas
Ondola en olañas mi rugazuleo

          Vicente Huidobro, “Altazor”.



Yo soy ese que salió hace un año de su tierra
Buscando lejanías de vida y muerte
Su propio corazón y el corazón del mundo

Salí hacia mi destino.

Oh poeta, esos tremendos ojos
Ese andar de alma de acero y de bondad de mármol
Este es aquel que llegó al final del último camino
Y que vuelve quizás con otro paso.
Hago al andar el ruido de la muerte
Y
si mis ojos os dicen
Cuánta vida he vivido y cuánta muerte he muerto
Ellos podrían también deciros
Cuánta vida he muerto y cuánta muerte he vivido.

¿En dónde estuve? ¿Por dónde he andado?
¿Pero era ausencia aquélla o era mayor presencia?

Heme aquí ante vuestros limpios ojos
Heme aquí vestido de lejanías

Traigo un cristal sin sombra un corazón que no decae
La imagen de la nada y un rostro que sonríe
Traigo un amor muy parecido al universo
La Poesía me despejó el camino 

Lo he perdido todo y todo lo he ganado
Y ni siquiera pido
La parte de la vida que me corresponde
Ni montañas de fuego ni mares cultivados
Es tanto más lo que he ganado que lo que he perdido
Así es el viaje al fin del mundo
Y ésta es la corona de sangre de la gran experiencia
La corona regalo de mi estrella
¿En dónde estuve en dónde estoy?
Ahora sé lo que soy y lo que era
Conozco la distancia que va del hombre a la verdad
Conozco
la palabra que aman los muertos

Heme aquí ante vosotros
Cómo podremos entendernos Cómo saber lo que decimos

Miradme os amo tanto pero soy extranjero
¿Quién salió de su tierra
Sin saber el hondor de su aventura?
Al desplegar las alas
Él mismo no sabía qué vuelo era su vuelo

Este es aquel que durmió muchas veces
Allí donde hay que estar alerta
Donde las rocas prohíben la palabra
Allí
donde se confunde la muerte con el canto del mar

Pero entonces amigo ¿qué vas a decirnos?
¿Quién ha de comprenderte? ¿De dónde vienes?
¿En dónde estabas? ¿En qué alturas en qué profundidades?
Andaba por la Historia del brazo con la muerte.

Oh hermano, nada voy a decirte
Cuando hayas tocado lo que nadie puede tocar
Más que el árbol te gustará callar.

          Vicente Huidobro, “El paso del retorno (fragmentos)”

          En la foto, Vicente Huidobro en la Plaza de San Marcos, Venecia.

El poeta conoce el eco de los llamados de las cosas a las palabras, ve los lazos sutiles que se tienden  las cosas entre sí, oye las voces secretas que se lanzan unas a otras palabras separadas por distancias inconmensurables. Hace darse la mano a vocablos enemigos desde el principio del mundo, los agrupa y los obliga a marchar en su rebaño por rebeldes que sean, descubre las alusiones más misteriosas del verbo y las condensa en un plano superior, las entreteje en su discurso en donde lo arbitrario pasa a tomar un rol encantatorio. Allí todo cobra nueva fuerza y así puede penetrar en la carne y dar fiebre al alma.
                    VICENTE HUIDOBRO , de Fragmento de una conferencia leída en el Ateneo de Madrid el año 1921.

                                                            Fotografía: Arash Karimi.












sábado, 4 de mayo de 2013

MARINA TSVETÁIEVA, POEMAS.


A la cita contigo llegaré
aunque tarde. Recogeré
la primavera, llegaré con el pelo gris.
La has fijado muy arriba.

          Marina Tsvetáieva, del poema “Una cita”.

                                                       Fotografía; Masao Yamamoto.

Entreveo, evoco casi sin comprender.
Como si nos hubieran echado del festín.
-¡Nuestra calle! -¡Cuántas veces nosotros…!
¿Nuestra? Ya no. ¿Nosotros? Ya no.

          Marina Tsvetáieva.

                                                                   Fotografía: Leszek Paradowski.

Mi día es desordenado y absurdo:
al mendigo pido pan,
al rico le ofrezco una limosna.

En la aguja enhebro un rayo de luz,
al ladrón le doy la llave,
con polvos blancos encubro mi palidez.

El mendigo no me da pan,
el rico no acepta mi dinero,
el rayo no pasa por la aguja.

El ladrón entra sin llave,
y la tonta llora a lágrima viva
ese día sin gloria, día inútil.
29 de julio 1918
Marina Tsvetáieva.

                                                                       Fotografía: Francesca Woodman.

La pasión según Marina Tsvetáieva.

CADA MAÑANA

Cada mañana, Marina barre con la mano los papeles y los libros de su escritorio. Cada mañana, conscientemente ahuyenta de su cabeza todos los asuntos de la vida cotidiana. Cada mañana llena una pequeña taza con café y se lo bebe casi hirviendo. Cada mañana, con la cabeza reposada y vacía de preocupaciones, Marina se sienta ante la mesa y se pone a escribir, consciente de su responsabilidad como escritora, de su destino de poeta. Es como una obrera que cada día de tal hora a tal hora se sienta ante su máquina; y es como una escolar, porque escribe siempre con una pluma de escolar común; nunca usará estilográfica.
Con su letra menuda y redonda, Marina va llenando un cuaderno tras otro. En ellos inscribe sus poemas, sus narraciones, sus ensayos. Y si no tiene dinero para comprarse un cuaderno, se lo cose ella misma. Todo lo que escribe, lo hace con la misma autoexigencia como si el texto fuera destinado a ser publicado. Las cartas, que forman parte importante y destacable de su obra, son tan creativas como sus poemas. Y cualquier circunstancia de su vida, cualquier pena, cualquier urgencia, queda subordinada a la hora de trabajar. El acto de escribir, para Marina, es sagrado. Cada mañana, ése es su ritual. Cada mañana de su vida, sin excepción.


Monika Zgustova.

                                                                            En la foto, Marina Tsvetáieva.










jueves, 2 de mayo de 2013

ANNA AJMÁTOVA, POEMAS.


Allí, más allá de la isla, más allá del jardín,
¿no volverán a encontrarse
nuestros ojos, tan claros como antes?
¿No me dirás de nuevo
          la palabra
                    que vence
                              a la muerte
                                       y que envuelve el enigma de mi vida?

          Anna Ajmátova, “Poema sin héroe”.

                                                                          Fotografía: Angela Bacon.

Diecisiete meses pasé haciendo cola a las puertas de la cárcel, en Leningrado, en los terribles años del terror de Yezhov. Un día alguien me reconoció. Detrás de mí, una mujer –los labios morados de frío- que nunca había oído mi nombre salió del acorchamiento en que todos estábamos y me preguntó al
oído (allí se hablaba sólo en susurros):
-¿Y usted puede dar cuenta de esto?
Yo de dije:
-Puedo.
Y entonces algo como una sonrisa asomó a lo que había sido su rostro.
                                       (Leningrado, 1 de abril de 1957)

          Anna Ajmátova, “En vez de prólogo”.


Horas nocturnas en el escritorio.
La página vacía –de un blanco incorregible.
Mimosas con aroma de Niza y sur ardiente,
y en rayo de la luna un gran pájaro volando.

Trenzo apretado mi cabello para el sueño
-¡como si mañana necesitara trenzas!-
y ya sin tristeza miro por la ventana, más allá,
hacia el mar, hacia las pendientes arenosas.

         



No soy yo ésa, es otra quien sufre.
No lo resistiría yo. Que velos negros
cubran lo sucedido, que retiren
los faroles…
                    Noche.      (1940)

          Anna Ajmátova, de “Réquiem”.



Os veo, os  oigo, os siento:

a la que apenas pudo llegar a la ventana,
a la que no volvió a pisar la tierra en que nació,

a la que moviendo su hermosa cabeza
musitaba: “Ya vengo aquí como si fuera mi casa”.

Querría llamar a cada una por su nombre
pero requisaron la lista y no puedo hacerlo.

          Anna Ajmátova, de “Réquiem”.


       ¿Por qué lloras? Mejor dame la mano.
Prométeme venir a visitarme en un sueño.
Somos, tú y yo, como dos montañas..
No nos encontraremos, tú y yo, en este mundo.
Si sólo me enviaras, al filo de la medianoche,
un saludo con una estrella.

          Anna Ajmátova, del poema “En un sueño”.

                                                                                   Fotografía: Jan Saudek.

¿Qué fulgor invisible
nos encendió hasta la aurora?

          Anna Ajmátova.


 ¿Sobre cuántos abismos he cantado,
          en cuántos espejos he vivido?

                    Anna Ajmátova, del poema “Primera advertencia”.


TODO EN SU SITIO: EL POEMA, ALLÍ,
COMO LE CORRESPONDE, CALLA.
PERO SI UN TEMA APARECE DE PRONTO,
LLAMA EN EL CRISTAL CON LOS NUDILLOS
Y, A LO LEJOS, RESPUESTA A SU LLAMADA,
SUENA UN ALARIDO, GEMIDOS
Y SUSURROS, Y LA IMAGEN
DE UNOS BRAZOS QUE SE ALZAN EN CRUZ…

                    Anna Ajmátova, “Postfacio” de “Poema sin héroe”.



Todo se ha enturbiado para siempre
y no puedo distinguir
ahora quién es el animal, quién la persona
…Y sólo hay flores cubiertas de polvo
…y huellas
desde algún lugar a ninguna parte.

          Anna Ajmátova.

Un día al despertar nos damos cuenta
de que apenas recordamos el camino hacia esa casa perdida,
y ahogados de vergüenza y de cólera
corremos hacia ella, pero (como en los sueños)
todo es ahora distinto; las personas, los objetos, las paredes,
y no nos conoce nadie: somos extranjeros.

          Anna Ajmátova, del poema “Cuarta elegía del Norte”.

                                                                 Fotografía: Angela Bacon Kidwell.

Ya ves, Dios mío, estoy cansada
de vivir, de morir, y de volver a vivir.
Despójame de todo, pero déjame, aún una vez,
Aspirar la frescura de esa  rosa encarnada.

          Anna Ajmátova, del poema “La última rosa”.