jueves, 29 de diciembre de 2011

Luz Casal & Carlos Nuñez - Negra sombra.

Negra sombra. Rosalía de Castro.

 
                                                                                  Negra sombra
Cando penso que te fuches,
negra sombra que m´ asombras,
ó pé dos meus cabezales
tornas facéndome mofa.

Cando maxino que es ida,
no mesmo sol te me amostras,
i eres a estrela que brila,
i eres o vento que zoa.

Si cantan, es ti que cantas,
si choran, es ti que choras,
i es o marmurio do río
i es a noite i es a aurora.

En todo estás e ti es todo,
pra min i en min mesma moras,
nin me abandonarás nunca,
sombra que sempre me asombras.
                               Rosalía de Castro

En castellano, versión de Carmen Blanco:

Cuando pienso que te fuiste,
negra sombra que me asombras,
al pie de mis cabezales,
tornas haciéndome burla.

Cuando imagino que te has ido,
en el mismo sol te muestras,
y eres la estrella que brilla,
y eres el viento que suena.

Si cantan, eres tú que cantas,
si lloran, eres tú que lloras,
y eres el murmullo del río,
y eres la noche y la aurora.

En todo estás y tú eres todo,
para mí y en mí misma moras,
ni me abandonarás nunca,
sombra que siempre me asombras.
 

lunes, 26 de diciembre de 2011

Descubre tu presencia.

             
                                                   “Descubre tu presencia,
y máteme tu vista  y hermosura;
mira que la dolencia
de amor, que no se cura
sino con la presencia y la figura.”
                Juan de la Cruz.

viernes, 23 de diciembre de 2011

Pacto entre derrotados. Ernesto Sábato.

                                             
                                                                         Epílogo
Pacto entre derrotados
                                                                                       “Hemos fracasado
                                             sobre los bancos de arena del racionalismo
                                             demos un paso atrás y volvamos a tocar
                                             la roca abrupta del misterio”.
                                                                         URS VON BALTHASAR
Te hablo a vos, y a través de vos a los chicos que me escriben o me paran por la calle, también a los que me miran desde otras mesas en algún café, que intentan acercarse a mí y no se atreven.
No quiero morirme sin decirles estas palabras.
Tengo fe en ustedes. Les he escrito hechos muy duros, durante largo tiempo no sabía si volverles a hablar de lo está pasando en el mundo. El peligro en que nos encontramos todos los hombres, ricos y pobres.
Esto es lo que ellos no saben, los hombres del poder. No saben que sus hijos también están en esta pobre situación.
No podemos hundirnos en la depresión, porque es de alguna manera, un lujo que no pueden darse los padres de los chiquitos que se mueren de hambre. Y no es posible que nos encerremos cada vez con más seguridades en nuestros hogares.
Tenemos que abrirnos al mundo. No considerar que el desastre está afuera, sino que arde como una fogata en el propio comedor de nuestras casas. Es la vida y nuestra tierra las que están en peligro.
Les escribo un verso de Hölderlin:
“El fuego mismo de los dioses día y noche nos empuja a seguir adelante. ¡Ven! Miremos los espacios abiertos, busquemos lo que nos pertenece, por lejano que esté”.
Sí, muchachos, la vida del mundo hay que tomarla como la tarea propia y salir a defenderla. Es nuestra misión.
No cabe pensar que los gobiernos se van a ocupar. Los gobiernos han olvidado, casi podría decirse que en el mundo entero, que su fin es promover el bien común.
La solidaridad adquiere entonces un lugar decisivo en este mundo acéfalo que excluye a los diferentes. Cuando nos hagamos responsables del dolor del otro, nuestro compromiso nos dará un sentido que nos colocará por encima de la fatalidad de la historia.
Pero antes habremos de aceptar que hemos fracasado. De lo contrario volveremos a ser arrastrados por los profetas de la televisión,
por los que buscan la salvación en la panacea del hiperdesarrollo. El consumo no es un sustituto del paraíso.
La situación es muy grave y nos afecta a todos. Pero, aun así, hay quienes se esfuerzan por no traicionar los nobles valores. Millones de seres en el mundo sobreviven heroicamente en la miseria. Ellos son los mártires.
Se los ve bajando de los trenes, de los ómnibus, después de inhumanas jornadas de trabajo, o desolados cuando no lo consiguen. Se los ve en las mujeres gastadas a los treinta años por los hijos y la urgencia de salir a trabajar por pagas miserables. Se los ve en los chicos de la calle, en los ancianos que duermen en los subtes. En todos los hombres abandonados en el sufrimiento y en su indigencia.
Una vez le preguntaron a Pasolini por qué se interesaba en la vida de los marginados, como el protagonista de Mama Roma, y él respondió que lo hacía porque en ellos la vida se conserva sagrada en su miseria.
En un archivo donde colecciono papeles, recortes que me ayudan a vivir, tengo una fotografía del terremoto que destruyó hace años Concepción de Chile: una pobre india, que ha recompuesto precariamente su ranchito hecho de chapas de zinc y de cartones, está barriendo con una vieja escoba ese pedazo de tierra apisonada delante de su casucha. ¡Y uno se hace preguntas teológicas! ¡Cuánto más demostrativa es la imagen de la pobre indiecita que sigue barriendo su casa y cuidando a sus hijos! Esta clase de seres nos revelan el Absoluto que tantas veces ponemos en duda, cumpliéndose en ellos, como dijera Hölderlin, que donde abunda el peligro crece lo que salva.
Cada vez que hemos estado a punto de sucumbir en la historia nos hemos salvado por la parte más desvalida de la humanidad. Tengamos en consideración entonces las palabras de María Zambrano: “No se pasa de lo posible a lo real sino de lo imposible a lo verdadero”. Muchas utopías han sido futuras realidades.
Son muchos los motivos, me dirás, podrías decirme, para descreer de todo.
Los jóvenes como vos, herederos de un abismo, deambulan exiliados en una tierra que no les otorga cobijo. En este desguarnecimiento existencial y metafísico, sufren huérfanos de cielo y
de techo. Comprendo tu congoja, el desconcierto de pertenecer a un tiempo en que se han derrumbado los muros, pero donde aún no se vislumbran nuevos horizontes. Falsas luminarias pretenden cautivar tu voluntad desde las pantallas. Debes de pensar que no hay un cambio posible cuando el valor de la existencia es menor que el precio de un aviso publicitario. El escepticismo se ha agravado por la creciente resignación con que asumimos la magnitud del desastre. La banalidad con que se degradan los sentimientos más nobles, degenerando al hombre en una patética caricatura, en un ser irreconocible en su humanidad.
Yo también tengo muchas dudas, y en ocasiones llego a pensar si son válidos los argumentos con que he intentado hallarle sentido a la existencia. Me reconforta saber que Kierkegaard decía que tener fe es el coraje de sostener la duda. Yo oscilo entre la desesperación y la esperanza, que es la que siempre prevalece, porque si no la humanidad habría desaparecido, casi desde el comienzo, porque tantos son los motivos para dudar de todo. Pero por la persistencia de ese sentimiento tan profundo como disparatado, ajeno a toda lógica —¡qué desdichado el hombre que sólo cuenta con la razón!—, nos salvamos, una y otra vez, sobre todo por las mujeres; porque no sólo dan la vida, sino que también son las que preservan esta enigmática especie. No en vano, en una de las culturas cuya sabiduría es milenaria, se creía que el alma de una mujer que moría en medio del parto era conducida al mismo cielo que el guerrero vencido en un combate.
Por eso te hablo, con el deseo de generar en vos no sólo la provocación sino también el convencimiento.
Muchos cuestionan mi fe en los jóvenes, porque los consideran destructivos o apáticos. Es natural que en medio de la catástrofe haya quienes intenten evadirse entregándose vertiginosamente al consumo de drogas. Un problema que los imbéciles pretenden que sea una cuestión policial, cuando es el resultado de la profunda crisis espiritual de nuestro tiempo.
Yo reafirmo a diario mi confianza en ustedes. Son muchos los que en medio de la tempestad continúan luchando, ofreciendo su tiempo y hasta su propia vida por el otro. En las calles, en las cárceles, en las villas miseria, en los hospitales. Mostrándonos que, en estos tiempos de triunfalismos falsos, la verdadera resistencia es la que combate por
valores que se consideran perdidos.
Durante mi viaje a Albania, conocí a un muchacho llamado Walter, que había dejado su casa en la provincia de Tucumán, para ir a cuidar enfermos junto a la congregación de Teresa de Calcuta. Con cuánta emoción lo recuerdo. Siempre que veo las terribles noticias que nos llegan desde aquel entrañable país, me pregunto dónde estará, si acaso leerá estas palabras de reconocimiento a su noble heroísmo.
Son millones los que están resistiendo, vos mismo lo podés comprobar cuando ves a esos hombres y mujeres que se levantan a altas horas de la madrugada y salen a buscar un empleo, trabajando en lo que pueden para alimentar a sus hijos y mantener honradamente al hogar, por modesto que sea. ¿Te detuviste a pensar cuántos en todo el país comparten esta hambre por la dignidad y la justicia?
Miles de personas, a pesar de las derrotas y los fracasos, continúan manifestándose, llenando las plazas, decididos a liberar a la verdad de su largo confinamiento. En todas partes hay señales de que la gente comienza a gritar: “¡Basta!”. Lo mismo ocurre con el movimiento zapatista en México, y con todos los movimientos que nos advierten del peligro que corre el futuro del planeta.
Hay que recordar que hubo alguien que derribó al imperio más poderoso del mundo con una cabra y una rueca simbólica. Una salida posible es promover una insurrección a la manera de Gandhi, con muchachos como vos. Una rebelión de brazos caídos que derrumbe este modo de vivir donde los bancos han reemplazado a los templos.
Esta rebelión no justifica de ningún modo que permanezcas en una torre, indiferente a lo que pasa a tu lado. Gandhi advirtió que es una mentira pretender ser no violento y permanecer pasivo ante las injusticias sociales. Por el contrario, creo que es desde una actitud anarcocristiana que habremos de encaminar la vida.
Ya no quedan locos, se murió aquel manchego, aquel estrafalario fantasma en el desierto. Todo el mundo está cuerdo, terrible, monstruosamente cuerdo.
Esa locura cuya ausencia León Felipe lamenta, es un acto similar a la del estoico Guevara, cuando abandonó todas las comodidades y partió hacia una lucha insensata en la selva boliviana, enfermo de asma, ya sin remedios para su mal; para terminar asesinado por despiadados y repugnantes bichos. ¿Qué importa si se equivocaba con el materialismo dialéctico? Eso mismo prueba su inocencia, su autenticidad. Luchaba por aquel Hombre Nuevo que hoy nos urge
rescatar de los escombros de la historia. En su carta final les dice a los padres: “Queridos viejos, otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante, vuelvo al camino con mi adarga al brazo”; y entonces sale en busca de lo que Rilke llamaría su muerte propia. Esa es su grandeza, que algunos considerarán su chiquilinada, su tontería; pero estos gestos de heroísmo demencial son los que nos rescatan de tanta iniquidad, porque no se puede vivir sin héroes, santos ni mártires. Como esos estudiantes que en la plaza de Tian-An-Men, en una horrible masacre, murieron al imponerse ante el implacable acero de los tanques. Son ellos los que nos indican los caminos por los que la vida puede renacer.
Vivimos un tiempo en que el porvenir parece dilapidado. Pero si el peligro se ha vuelto nuestro destino común, debemos responder ante quienes reclaman nuestro cuidado.
Hace poco he visto por televisión a una mujer que sonreía con inmenso y modesto amor. Me conmovió la ternura de esa madre de Corrientes o del Paraguay, que lagrimeaba de felicidad junto a sus trillizos que acababan de nacer en un mísero hospital, sin abatirse al pensar que a éstos, como a sus otros hijos, los esperaba el desamparo de una villa miseria, inundada en ese momento por las aguas del Paraná. ¿No será Dios que se manifiesta en esas madres?
¿Por qué tendría que manifestarse sólo en poetas como Juan de la Cruz o en las sagradas pinturas de Rouault?
Si toda resistencia parece absurda cuando se presiente el fin, ¿por qué no detenernos a meditar en estos santos? ¿Acaso no son una muestra de que algo existe del otro lado del absurdo?
No sabemos si al final del camino, la vida aguarda como un mendigo que nos extenderá la mano.
Esta fe demencial, o milagrosa, se debe precisamente, a que hemos llegado a tocar fondo. Es necesario preservar los lugares que existen hasta en los suburbios de las grandes ciudades, donde aún se conservan los atributos del hombre concreto de carne y hueso.
Cuando el mundo hiperdesarrollado se venga abajo, con todos sus siderántropos y su tecnología, en las tierras del exilio se rescatará al hombre de su unidad perdida. Y quizá, cuando despertemos de esta siniestra pesadilla, cuando un vacío de humanidad nos duela en el pecho, entonces recordaremos que alguna vez fuimos aquello que dijo Rene Char: “Seres del salto, no del festín, su epílogo”.
Me hablas de tu agitación, de una especie de temblor que te sobrecogió y aún perdura, luego de nuestra conversación en aquel café al oírme decir estas palabras.
Debes perdonarme; a pesar de los años, no puedo evitar ser desmesurado en lo que considero fundamental.
Por otro lado, ¡hay temblores que son tan importantes! Porque anteceden a esa clase de decisiones que sacuden los cimientos de nuestra existencia y, aunque generen incomprensión, terminan repercutiendo en el destino de los demás. Los grandes creadores realizan sus obras bajo tensiones similares. Sólo lo que se hace apasionadamente merece nuestro afán, lo demás no vale la pena.
También yo quise huir del mundo. Ustedes me lo impidieron, con sus cartas, con sus palabras por las calles, con su desamparo.
Les propongo entonces, con la gravedad de las palabras finales de la vida, que nos abracemos en un compromiso: salgamos a los espacios abiertos, arriesguémonos por el otro, esperemos, con quien extiende sus brazos, que una nueva ola de la historia nos levante. Quizá ya lo está haciendo, de un modo silencioso y subterráneo, como los brotes que laten bajo las tierras del invierno.
Algo por lo que todavía vale la pena sufrir y morir, una comunión entre hombres, aquel pacto entre derrotados. Una sola torre, sí, pero refulgente e indestructible.
En tiempos oscuros nos ayudan quienes han sabido andar en la noche. Lean las cartas que Miguel Hernández envió desde la cárcel donde finalmente encontró la muerte:
“Volveremos a brindar por todo lo que se pierde y se encuentra: la libertad, las cadenas, la alegría y ese cariño oculto que nos arrastra a buscarnos a través de toda la tierra”.
Piensen siempre en la nobleza de estos hombres que redimen a la humanidad. A través de su muerte nos entregan el valor supremo de la vida, mostrándonos que el obstáculo no impide la historia, nos recuerdan que el hombre sólo cabe en la utopía.
Sólo quienes sean capaces de encarnar la utopía serán aptos para el combate decisivo, el de recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido.
                                           Ernesto Sábato, “Antes del fin”.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Y la nave va.


Las condiciones del pintor solitario.Antonio Saura.

                           

             “Hablando como San Juan de la Cruz, diría que las condiciones del pintor solitario son cinco: la primera, que ha de volar en lo más alto, en las más audaces aventuras, en las más profundas inquietudes estéticas, sociales o filosóficas, olvidándose de todas las cosas transitorias. La segunda, que ha de ser tan amigo del silencio y la soledad que únicamente viviendo en ellos podrá realizar una obra cuyo mensaje sea grave y altanero. La tercera, que ha de poner los ojos en un infinito hecho de las más locas proposiciones, beber todo aquello que esté a su alcance en un ansia devoradora con una fiebre intensa. La cuarta, que no ha de tener demasiado color, debiendo dirigirse hacia el camino de sus deseos, atento únicamente a su responsabilidad moral para con su época y su sociedad. La quinta, que ha de cantar y gritar con más espontáneo y libre lenguaje.”
            Antonio Saura, “De la higiene mental de un pintor”.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Sólo a veces.

                                                       
                                                                         A veces
uno expone demasiado el corazón,
a veces buscamos en el otro lo que nos completa,
porque nos faltan trozos que hemos ido dejando en el camino,
porque se hacen carne en él alguno de nuestros sueños,
a veces la tristeza se nos hace piel y nos duele porque viene de lo más profundo de nuestro ser,
a veces el sol más que alumbrar nos ciega,
a veces la muerte de una mariposa sacude nuestros cimientos,
a veces confundimos la entrega con la dicha,
a veces , tantas veces, nos equivocamos,
nuestros oídos no oyen,
nuestros ojos no ven,
nuestras manos no tocan,
a veces esperamos más
de él, de ella, de nosotros,
tantas veces hemos ido a la deriva,
tantas veces se nos ha colado la ternura por un pozo ciego,
menos mal
que
sólo
ha
sido
que
sólo
es
a
v
e
c
e
s.

domingo, 4 de diciembre de 2011



                Un ego obsesivo y una frágil personalidad coexistían en Francesca Woodman, la fotógrafa estadounidense que se suicidó en 1981 a los 22 años dejando tras de sí mucho más que la promesa de un misterioso talento. Desnudos fantasmagóricos, juegos surrealistas y una sexualidad tan ansiosa como etérea: probablemente pocos han visto el desasosiego femenino con la lucidez de esta niña-artista fruto de un sólido matrimonio bohemio (ella ceramista y escultora, él pintor y fotógrafo) que vio como el hermoso retrato familiar se hacía trizas con la violenta muerte de su hija pequeña, quien para añadir más dramatismo a la escena no se conformó con una muerte discreta sino con un aparatoso salto al vacío desde su casa del Lower East de Manhattan que le desfiguró su preciosa cara.
                Francesca Woodman se crió y formó entre EE UU e Italia. Fue una niña americana en la Toscana, rodeada de amigos artistas de sus padres, y una adolescente becada en Roma. Probablemente su gusto por los escenarios bucólicos y decadentes no se entiende sin ese contacto con el viejo mundo. Empezó a hacer fotografías a los 13 años, en blanco y negro, de pequeño formato y casi siempre con ella misma como protagonista. Imaginaba libros para aquellas imágenes que pegaba en sus cuadernos y diarios. La naturaleza (ramas, bosques, pájaros...) y las casas (paredes, muros, ventanas...) jugaban un papel fundamental en la composición, había algo siniestro en aquella densidad simbólica, historias llenas de melancolía y tristeza con ella como único centro de todo. Solo llegó a publicar un libro, Algunas geometrías interiores desordenadas.
                 Para Scott Willis el arte no mató a Francesca Woodman sino que la sujetó a la vida, pero fue cuando empezó su crisis creativa y empezó a mermar su capacidad de trabajo (directamente relacionadas ambas con sus crisis emocionales) cuando la artista entró en el profundo desequilibro que acabó con su vida. "Fue enormemente prolífica de niña, pero sus problemas psicológicos le empezaron a robar espacio a su obra. Pese a lo que se dice, hay alegría en su trabajo porque era el arte lo que la mantenía viva".
                En sus diarios, la fotógrafa empieza a dejar ver sus grietas, las drogas, los desamores. El director de The Woodmans dice que su aproximación no es la de un crítico sino la de un biógrafo y que fue difícil entrar en el ámbito reservado de esta familia, para los que el arte es un ejercicio obsesivo y monacal. Cada día, cada uno de sus cuatro miembros se encerraba en el estudio a crear como quien entra cada mañana en una fábrica. De esa intensa relación con la inspiración nace esta niña prodigio.
                Desconocida en vida, la fotógrafa empezó a ser conocida en 1986, cinco años después de su muerte, gracias a la primera exposición de su obra, en el Wellesley College. Francesa Woodman vivió convencida de que tenía un destino. Para muchos está cifrado en sus fotografías, para otros está oculto en ellas.