“Algo más ha ocurrido a lo
largo de todos estos años alucinados, los años del delirio que duró tanto y del
que no parece que despertemos del todo; algo más, aparte de la
sinvergonzonería, del despilfarro, de la arrogancia de los nuevos ricos, de la
obsesión por los orígenes, de la creencia alentada por la clase política de que
se puede tener todo sin pagar por nada ni responsabilizarse de nada ni
agradecer nada. Ahora se abren los ojos, ya sin remedio, y lo que se ve no es
solo que de nuevos ricos hemos pasado a nuevos pobres, y que es a los débiles a
los que les toca pagar las calamidades desatadas por los poderosos. Lo que se
ve, además, es que en todos estos años, sin que nos diéramos mucha cuenta, nos
ha ido rodeando e invadiendo un océano de fealdad, un océano que ocupa desde
los paisajes que parecían más deshabitados o remotos hasta el corazón de las
ciudades. Es una fealdad pública y también privada.”
Cómo es que ese ruido no nos atronaba. Qué veíamos,
en qué estábamos pensando. Si mi oficio es mirar el mundo para poder contarlo
cómo es que no me fijé en lo que sucedía, en lo que tenía delante de los ojos,
lo que se publicaba en el periódico que yo compraba…Me fijaba demasiado en la
superficie política y psicológica del delirio como para reparar en lo que
hubiera debido saltarme a la vista, en la cualidad delirante de la economía
misma. Pero entonces las personas como yo leíamos las noticias de cultura y tal
vez las de política y no llegábamos nunca a las de economía…Jamás reparé en que
hubiera día tras día tantos anuncios a toda página de coches de lujo, de
cruceros en invierno y de clínicas de cirugía estética. Cada mañana pasé la
página de un anuncio de BMW o Volvo sin fijarme en el texto que se repetía a
diario: “Estás en tu mejor momento. Que nadie te lo arruine.”
Antonio Muñoz Molina, “Todo lo que era sólido".
Cuando la barbarie triunfa no es gracias a la fuerza
de los bárbaros sino a la capitulación de los civilizados.
…Una parte de la clase política ha desmantelado la
legalidad o la ha ignorado para perseguir sus proyectos fantásticos y en un
cierto número de casos además para robar y para favorecer a los ladrones: pero
no habrían ido tan lejos sin la indiferencia, la claudicación o incluso la
adhesión de sectores amplios de la ciudadanía, y menos aún sin la mezcla de
negligencia profesional, militancia sectaria y disposición cortesana de una
parte de los medios informativos.
Durante mucho tiempo pareció que
no importaba nada y ahora importa todo, y todo lo que no hicimos y lo que
dejamos de hacer y lo que hicimos mal ahora nos pasa su factura exorbitante.
Pareció que no importaba ser mediocre o ser ignorante o venal para hacer
carrera política, y ahora que necesitamos desesperadamente dirigentes políticos
que estén a la altura de las circunstancias y que sean capaces de tomar decisiones y llegar a acuerdos nos
encontramos gobernados por toscos segundones que no sirven más que para la
menuda intriga partidista gracias a la cual ascendieron, todos ellos, mucho más
arriba de lo que se correspondía con sus capacidades.
Hace falta una serena rebelión
cívica que a la manera del movimiento americano por los derechos civiles utilice con inteligencia y astucia todos los recursos de las leyes
y toda la fuerza de la movilización para rescatar los territorios de soberanía
usurpados por la clase política. Hay que exigir de manera eficaz la limitación
de mandatos, las listas electorales abiertas, la profesionalidad y la independencia de la administración, la revisión
cuidadosa de toda la maraña de organismos y empresas oficiales para
decidir qué puede aligerarse o suprimirse, a qué límites estrictos
tienen que estar sujetos el número de puestos
y las remuneraciones, qué normas se deben eliminar para que no interfieran dañinamente
con las iniciativas empresariales capaces de crear verdadera riqueza, qué hay
que hacer para alentar y atraer el talento en
vez de ponerle obstáculos y someterlo a chantajes políticos. Hay
que defender sin timidez ni mala conciencia
el valor de lo público, que lleva tantos años sometido obstinadamente al
descrédito, a la interesada hipocresía de los que lo identifican siempre con
la burocracia y la ineficiencia y celebran por comparación
el presunto dinamismo de la gestión privada, y a continuación aprovechan contratos públicos
amañados para enriquecerse, y renegando del estado saquean sus bienes y se quedan a
bajo precio y a beneficio de unos pocos lo que había pertenecido a todos, lo mismo una red de trenes que el suministro de agua
de una ciudad, el patrimonio común convertido en despojos.
Antonio
Muñoz Molina, “Todo lo que era sólido”.
Ha
terminado el simulacro. Que la clase política española quiera seguir viviendo
en él es una estafa que no podemos permitirles, que no podemos permitirnos.
Tenemos un país a medias desarrollado y a medias devastado, sumido en el hábito
de la discordia, cargado de deudas, con una administración hipertrofiada y
politizada, sin el pulso cívico necesario para emprender grandes proyectos
comunes…Hay que fijarse en lo que se ha hecho bien y en quienes lo han hecho
bien para tomar ejemplo. No tendremos disculpa si no hacemos todos lo poco y lo
mucho que está en nuestras manos, en las de cada uno…Ya no nos queda más
remedio que empeñarnos en ver las cosas tal como son, a la sobria luz de lo
real. Después de tantas alucinaciones, quizás sólo ahora hemos llegado o deberíamos
haber llegado a la edad de la razón.
Antonio Muñoz Molina, “Todo lo que era
sólido”.
La
“legalidad dudosa”, la grosera ilegalidad, la perfecta legalidad.
Más
grave que la “legalidad dudosa” a la que alude la definición y que la grosera
ilegalidad de tantos hechos corruptos es la perfecta legalidad en que han
sucedido la inmensa mayor parte de las barbaridades y los despilfarros que se
han ido acumulando a lo largo de tantos años hasta llegar a este presente en el
que parece que todo se derrumba.
…En
lugar de construir una nueva legalidad democrática, muchos, lo que hicieron fue
sustituir la antigua por la potestad de ejercer incontroladamente el albedrío político. Cambiaron la leyes no
para hacerlas mejores sino para asegurarse de que podrían actuar al margen de
ellas…y en vez de mejorar la antigua burocracia la sumergieron en una inundación
de nuevos puestos clientelares, de comisarios políticos descarados o
encubiertos, dependientes siempre del favor del que los nombraba, leales hasta
la sumisión, volcados en el servicio al partido o al líder del que dependía su
sueldo y no a la ciudadanía que lo costeaba con sus impuestos.
La
ruina en que nos ahogamos hoy empezó entonces: cuando la potestad de disponer
del dinero público pudo ejercerse sin los mecanismos previos de control de las
leyes; y cuando las leyes se hicieron tan elásticas como para no entorpecer el
abuso, la fantasía insensata, la codicia, el delirio –o simplemente para no ser
cumplidas.
Antonio Muñoz Molina, “Todo lo que era
sólido”
Llevar la
contraria…
Es
muy difícil llevar la contraria en España. Llevar la contraria no a los del
partido o a los del bando contrario, sino a los que parecería que están en el
lado de uno; llevar la contraria a solas, a cuerpo limpio, diciendo educadamente
lo que uno piensa que debe decir, sabiendo que se arriesga no a la reprobación
segura de quienes no comparten sus ideas sino al rechazo ofendido de los que lo
consideraban uno de los suyos; llevar la contraria no a visiones abstractas y
totales del mundo sino a hechos particulares de la realidad.
Es
muy difícil no pertenecer a un grupo, a una tribu, a una patria, a lo que sea,
con tal de que sea seguro y colectivo, de que ofrezca una protección
incondicional, si bien al precio de abdicar al derecho al libre pensamiento: a
cambiar de opinión, a no ajustarse a lo que se exige o se espera de uno, a no
aprobar todas y cada una de las cosas que hacen aquellos de los que uno mismo
se siente más cerca, a los que uno ha defendido, los que sin embargo no
aceptarán que se aparte ni un milímetro de la ortodoxia que ellos mismos
marcan.
Antonio Muñoz Molina, “Todo lo que era
sólido”.
Nada importó demasiado mientras había dinero. Nada
importaba de verdad. Podíamos estar gobernados por incompetentes o por ladrones
o por ignorantes o por gentes que reunían las tres cualidades a la vez: por mal
que lo hicieran la economía prosperaba empujada por el doble espejismo del
dinero barato y de la burbuja inmobiliaria; por mucho que robaran y por muchos
parásitos a los que les permitieran chupar de la administración había tanto
dinero que seguía sobrando para casi todo…
Los fastuosos simulacros usurpaban el lugar de la
vida real y consumían ríos de dinero sobre cuyo origen nadie parecía
preocuparse. Cada comunidad era un país de Jauja y cada ayuntamiento una ínsula
Barataria en la que joviales analfabetos fingían gobernar casi siempre con bastante
menos sentido de la justicia que el pobre Sancho Panza, que al fin y al cabo, a
diferencia de tantos alcaldes y concejales españoles, salió de su aventura tan
pobre como había entrado en ella.
Antonio
Muñoz Molina, “Todo lo que era sólido”.
En la
foto, la “Ciudad del Circo”. Alcorcón.
Otra carrera que
la del medro político.
Hacia
la mitad de los años ochenta vimos también cómo mucha de aquella gente parecida
a nosotros que había entrado en la política por convicción o por azar en las
primeras oleadas de elecciones democráticas se instalaba en ella y la convertía
en su profesión. Adquirían ademanes como de una autoridad congénita.
…Éramos
muy jóvenes y el tiempo pasaba entonces para nosotros mucho más despacio: ahora
nos sorprende comprobar lo rápido que sucedió todo, los pocos años que bastaron
para que muchos de aquellos aficionados se convirtieran en profesionales, se
multiplicaran y enquistaran en una clase política, apoderándose de aquella
administración a la que poco antes habían llegado como intrusos…de pronto se
encontraron con que habían pasado demasiados años en la política y ya no
servían para nada más. Pero la resignación o el cinismo son más llevaderos
cuando se recibe un buen sueldo a cambio de no mucho esfuerzo y se tiene
garantizada una pensión generosa o cuando se ha sido cómplice de un pelotazo y
se dispone de una cuenta secreta…
Algunos
de los veteranos que tenían veintitantos años a finales de los setenta siguen
ganando elecciones o han llegado a la edad de jubilación presidiendo con
aposturas patricias empresas públicas o privatizadas en las que cobran sueldos
de plutócratas, cajas de ahorros a las que han llevado impávidamente a la
ruina. Y también hay una segunda o tercera generación de cargos que han
convertido en privilegio hereditario lo que empezó tan improvisadamente en los
años primeros de la Transición, que no han respirado otro aire ni estudiado
otra carrera que la del medro político.
Antonio Muñoz Molina, “Todo lo que era
sólido”.
Palacio de la
Moncloa, diciembre de 2004.
Otro
recuerdo de entonces: una visita al palacio de la Moncloa en diciembre de 2004,
en compañía de César Antonio Molina, y de tres o cuatro directores de centros
del Cervantes, uno de ellos el escritor Juan Pedro Aparicio. Nos recibió el
presidente Rodríguez Zapatero…Apoyando las dos manos en el respaldo del sillón
a la cabecera de la mesa, donde se celebraban la reuniones del Consejo de
Ministros, los hombros siempre tan peculiarmente levantados, el presidente nos
dijo: “Éste es el sitio más especial del palacio. Cuando te sientas aquí es
cuando tocas de verdad el poder”. Me sorprendió que lo dijera tan sinceramente,
que no disimulara el gusto de mandar.
…Nos
dijo también que el gobierno estaba planeando exhumar los restos de Manuel
Azaña en Montauban y los de Antonio Machado en Collioure para traerlos a de
España. Fijó en mí sus ojos muy claros con un gesto de impasible extrañeza
cuando le dije que no estaba de acuerdo: que una parte de la memoria indeleble
de Manuel Azaña y de la de Antonio Machado es que murieran en el destierro y
que haya que cruzar la frontera para visitar sus tumbas. Cité un verso
terminante de Antonio Machado: “Sólo la tierra en que se muere es nuestra”.
Entre unos y otros cambiamos de conversación.
Antonio Muñoz Molina, “Todo lo que era
sólido”.
Quizá sería útil, para empezar, una rebaja general y
limitada de las identidades, un tránsito
de las firmezas rocosas a la ductilidad de los fluidos, de la pureza a
la mezcla, del monolitismo al pluralismo. Una rebaja nada más, no una renuncia,
ni mucho menos una apostasía: que todo el mundo acepte ser un poco menos de lo
que ya es…es aceptar la parte en la que nos parecemos a otros, lo que tenemos
en común que nos constituye tanto como lo que nos diferencia. Habrá que hacer
ahora la pedagogía democrática aplazada de la aceptación verdadera del otro, la
fraternidad objetiva de la ciudadanía por encima de la consanguinidad de la
tribu. Aceptarnos no es claudicar de nuestros ideales, sino aceptar la
realidad, y por lo tanto renunciar al delirio…Es una vulgaridad decirlo, pero a
veces da la impresión de que todavía no nos hemos enterado: estamos,
literalmente, condenados a entendernos.
Antonio
Muñoz Molina, “Todo lo que era sólido”.
“Recuérdalo tú y recuérdalo a otros”, dice Luis
Cernuda. Recordar y contar lo que uno ha visto esforzándose por no mentir y por
no halagar y por no dejarse engañar uno mismo por el resentimiento o por la
nostalgia es una obligación cívica…
Los que conocimos el mundo anterior –el duro y
difícil mundo de la posguerra- tenemos la obligación de contar cómo era: no
para que se nos admire o se nos compadezca por las escaseces que sufrimos, sino
para que los que han venido después y lo han dado todo por supuesto sepan que
no existió siempre, que costó mucho crearlo, que perderlo puede ser
infinitamente más fácil que ganarlo. Y que si nos importa de verdad tenemos que
comprometernos para defenderlo y mantenerlo.
Nada amenaza más el bienestar de la clase política
que una ciudadanía que les dé la espalda o se niegue a seguir actuando de
comparsa en sus proyectos delirantes o les pida cuentas de cada céntimo que
gastan y cada decisión que toman en vez de seguir tragándose el engaño del enemigo exterior que
tiene la culpa de todo….
Hay lujos que ya no podemos permitirles. Durante
demasiados años tendremos que seguir pagando las deudas que ellos contrajeron
para costear esos delirios que siempre eran delirios de grandeza. Lo que se
tiró en lo superfluo ahora nos falta en lo imprescindible, y no hay proporción
entre la gravedad de las responsabilidades y el reparto de las cargas, entre la
impunidad de unos y el sufrimiento de los que han de pagar las consecuencias…
Éramos nuevos ricos y ahora resulta que somos nuevos
pobres. No estamos en aquella “Champions League” que enaltecía tanto al
presidente Rodríguez Zapatero ni en aquella mesa de los grandes poderes en la
que el presidente Aznar se creyó que era un invitado y resultó ser sólo un
comparsa. Somos pobres y estamos cargados de deudas. Comparativamente pobres,
esos sí. Mucho menos pobres que una vasta mayoría de la humanidad; mucho menos
que nuestros abuelos o que nuestros padres.
Antonio
Muñoz Molina, “Todo lo que era sólido”.
Vivimos en este mundo, no en otro. Lo que tenemos es
mucho más singular y más frágil de lo que creíamos. Para preservarlo no nos
queda más remedio que extremar la agudeza, la voluntad de trabajo, que ser
productivos y sobrios, que abrirnos a la iniciativa y al talento de quienes
vengan de fuera, que dotarnos de un sistema educativo que favorezca el
despliegue de las mejores capacidades en el mayor número de personas. No hay
sitio para la autoindulgencia, la conformidad, el halago.
…Yo querría que mis hijos y las personas que ellos
amen no vivan peor de lo que he vivido yo, no tengan menos oportunidades, no
respiren un aire más envenenado, no tengan que trabajar como esclavos ni que
competir sin compasión, ni que protegerse detrás de puertas blindadas y de altos
muros de cemento, ni que vivir angustiados por el miedo a una enfermedad de la
que no puedan curarse ni a tratamientos médicos que no puedan pagar.
Me gustaría que pudieran seguir moviéndose por
Europa sin ser detenidos en las fronteras ni que sufrir la angustia de los
pasaportes y los visados; que no tengan que jurar lealtad a ningún tirano ni
que aclamar en medio de la multitud a ningún demagogo, ni que esconder sus
pensamientos, ni que decir lo que no piensan.
Antonio
Muñoz Molina, “Todo lo que era sólido”.
Fotografía de Francesc Catalá-Roca.