martes, 9 de julio de 2013

ANDRÉS TRAPIELLO. MISERIA Y COMPAÑÍA.

Empezaba a clarear en el ventanuco. Es del tamaño de un libro abierto. Por él pasan las nubes y todas las estaciones. Se podría leer en él la eternidad, y hacerlo sin levantarse de la cama, como los convalecientes.
-Tú no eres tan melancólico como parece, tendrías que sacarte más alegre –dijo M después de un largo rato en silencio, completamente despejada, cuando yo creía que había vuelto a dormirse-. Tomarte menos en serio.
-Tienes razón. Lo haría, si supiera. Pero cuando me voy a mirar en el espejo, me digo: qué deprisa ha pasado la vida, y no puedo evitar ponerme un poco melancólico. Para mí la melancolía es un estado de la alegría, no sé si líquido o gaseoso. Algún día nuestros hijos serán nosotros, tendrán nuestra edad y echarán la vista atrás. Nosotros no estaremos con ellos, pero nos divisarán a lo lejos, y acaso vendrán a esa página, si la escribo, y leerán en ella que nos amábamos como todos aquellos que se aman, sin rubor ni pesar, porque buscábamos una vida nueva y ennoblecida, y eso les ayudará a vivir, porque la vida no es siempre fácil y necesitamos un poco de esperanza y otro poco de creencia. Este año te prometo que seré el hombre más alegre del mundo.
-No sigas, vas a conseguir que me ponga triste.

          Andrés Trapiello, “Miseria y compañía”.


                                     En la foto, Andrés Trapiello con su mujer Miriam.

…la vida es más generosa con quien escucha que con quien habla.
Es agradable hacer compañía a un anciano como él –José Antonio Muñoz Rojas- , noventa años gastados en ayudar a poetas, filósofos y escritores, si estaba en su mano…Me esperaba donde siempre, sentado en una mesita al lado del balcón, mirando hacia poniente, con todo el Jardín Botánico para nosotros. Verlo en aquel lugar, donde estuvimos la última vez con él y con su mujer, me encogió el ánimo. Aunque ella haya muerto octogenaria, se pregunta uno: y esta soledad, ¿cómo la vivirá? ¿Nos hacemos insensibles a medida que cumplimos años? ¿Nos resignamos a morir, sabiendo que hemos vivido mucho y que muchos ya se nos han adelantado?
…Ha escrito mucha poesía, pero sabe del carácter epigonal de su obra. Me preguntó qué haría uno, en su lugar, con su archivo, su correspondencia…”Desde que murió M. todo me da igual”, se sinceró pronto. “No le tengo apego a nada”. “Si pudiera”, manifestó, como buscando otro tema de conversación, “escribiría un largo poema en endecasílabos, pero yo sólo he podido escribir poesía después de leer la poesía de otros”. Había mucho desaliento en aquellas confesiones íntimas. Nada más íntimo que una confesión sobre la propia obra. No hay mayor intimidad.
…Había llegado la hora de dejarlo en manos de una nieta que había venido a cenar con él. Llevábamos juntos cuatro horas, y eran cerca de las diez y media…Vino a la puerta a despedirme. Me dijo: “Esta senectud es cosa mala”, pero como no quería dejar en el aire como final una queja, a tanto llega su aristocracia natural y buena, abrochó su dolorido sentir con una burla: “Tú me ves bien lo mal que estoy”.

          Andrés Trapiello, “Miseria y compañía”.

          En la foto, José Antonio Muñoz Rojas, retratado por Eduardo Muñoz Bravo.

Me quedé junto al regato que corría por la gavia rompiéndose en unas piedras. Había algo subyugante en ese su susurro, en su laboriosa urdimbre: el abejar del agua.
El silencio lo hablamos todos, sin distinción de razas, edades, clases. El silencio es lo que tenemos en común los hombres con el árbol y el aire, con el fuego y el agua, nuestro idioma común. En el silencio se han escrito las obras más hermosas.
La niebla vistiendo los árboles, la gota de agua colmándose en la hoja del olivo antes de caer, el pespunte de un pájaro cantando, el olor del humo de leña que cose sutil a su manera…Todo ello, ahora lo veo, son como migas de pan en el camino de vuelta…a la casa común, a la Poesía.

          Andrés Trapiello, “Miseria y compañía”.



Pensé: ha sido una gran suerte haber sido amigo suyo, pero más aún haberse alejado a tiempo de lo que se ha convertido.
****Nos pasamos la vida llegando tarde a los libros que nos importan, o yéndonos de ellos mucho antes de lo aconsejable.
****Nos iremos un día, pero no si dejamos aquí cantando los pájaros. Ellos harán que nos recuerde quien sepa y quiera oírlos.
****Hay que leer a los contemporáneos, sí, de acuerdo,  cincuenta años después. “Pero tú lees a Ramón Gaya.”Por eso: porque lo suyo y lo de algunos pocos llega cincuenta años antes.

          Andrés Trapiello, “Miseria y compañía”.


         Seguiré escribiendo estos libros mientras tenga la ilusión de vivir y mezclarme con la gente y oír sus historias, o quedarme a solas para inventar las mías, mis capullos. La ilusión es la cuerda de donde sale valsando el mundo, nuestra peonza, nuestra pobreza. Agradeceré si alguien los lee, pero jamás le pediré a nadie que lo haga ni mucho menos le reprocharé que no los haya leído…
Hace unos días me tropecé, buscando la compañía de Van Gogh, con una carta suya de abril de 1885 en la que le dice a su hermano: “La vida no es larga para nadie, se trata únicamente, de hacer algo con ella”. ¿Qué? Yo ahora, aquí, en esta página puedo pintar un balcón. No está en mi mano hacer muchas cosas, pero esa sí…Necesito respirar el aire libre de la mañana, el olor de la pequeña hoguera de ramón verde, oír el canto alborotado de los pájaros, sentar en mi frente la brisa templada de este día y ensanchar los pulmones, y me repito: esto es lo que puedo hacer hoy con mi vida, poner aquí en el papel un balcón y enfrente ese paisaje y a este lado del balcón a ti, lector, que hace un rato no existías, con un libro en las manos. Este libro.

          Andrés Trapiello, “Miseria y compañía” ( del prólogo).



Sólo unos pocos libros, personas, ciudades, pinturas nos nacen como si fueran ramas, y estas permanecen incluso en los inviernos prolongados, y llegada la estación propicia, vuelven a llenarse de hojas y de frutos.
 Cuánto desearía inventar un género nuevo de euforismos, breves fragmentos, píldoras escritas que, leídas, levantaran el ánimo de las gentes, disipando en ellas, y en mí, los desalientos.

          Andrés Trapiello, “Miseria y compañía”.

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