“El
lector que Manuel es piensa a veces que la experiencia estética tiene mucho de
revelación personal, y que en esa medida es instransferible y casi
incomunicable. El profesor que Manuel es, sin embargo, piensa que, a pesar de
todo, algo se puede hacer: si no enseñar literatura, sí poner a los alumnos en
disposición de dejarse seducir por ella. Los dos, con los años, han ido
sucumbiendo a la paradoja de que la literatura se aprende, pero no se enseña.
Pero
luego viene la realidad con sus rebajas. Y la realidad es que un alumno medio
de bachillerato lee silabeando y a trompicones, tiene dificultades casi
insalvables para entender el editorial de un periódico, escribe con oraciones
simples donde apenas aparecen otros verbos que “ser” o “estar”, su bagaje léxico
es de supervivencia, quiere explicar algo y no le alcanzan las palabras. Pero,
eso sí, cuando salga a la calle, o cuando llegue a su casa, los hechiceros de
la cultura de masas, en complicidad con la mayoría de los ciudadanos, le
tendrán preparado el desquite por medio de algún espectáculo con el que hace
tiempo que no consigue conectar la cultura escolar. Lo que la escuela enseña,
el mal gusto social lo niega y escarnece.”
“Manuel
cree que existe en el hombre, desde su niñez, un saber espontáneo y difuso
sobre el que quizá habría que construir, como una prolongación lógica y
armoniosa, el edificio canónico del conocimiento. Pero a menudo, lo primero que
se hace en la escuela es destruir el encanto y la espontaneidad y convertir al
niño o al adolescente en un adulto prematuro. Se le pervierte estéticamente. Y
qué decir del lenguaje: antes que aprovechar la pasión y la inventiva
lingüística que hay en todo niño para fortalecer así su competencia idiomática,
se le enseñan requilorios gramaticales.
Manuel piensa que hay una cierta pedagogía insana, y un punto bellaca.”
“Manuel
cree que la lectura a menudo es un placer que cuesta, aunque sólo sea porque
supone aislamiento, concentración, esfuerzo, además de esclarecer o asumir
incertidumbres, cosa que siendo placentera es también problemática, como
cualquier actividad donde la mente y los sentidos han de estar en alerta y a
veces en tensión.”
“Tuve
una vida oscura, algún destello singular… Mi signo es la intermitencia; mi
pasión, cierta variedad de tendencias que me impiden el disfrute de mí mismo;
mi dulzura es la naturaleza y el verano, que es tanto como decir la melancolía
de la infancia; mi dolor es la insatisfacción crónica y la repentina falta de
entusiasmo; la literatura ha acabado por ser, después de la tormenta, una
reparación de daños. Cierta afección a la soñolencia, unida a la renuncia a
descubrir en mí el reino de Jauja, me inclinan a pensar que el cordaje vital se
me ha aflojado y estoy en la hora en que las melodías no son ni dulces ni
arrebatadoras, sino sólo el son del agua que fluye y pasa bajo el sueño.”
“Y
acaso ésa sea la materia última de la vida: la espera, el vislumbre de lo que
se nos promete pero que nunca se nos será concedido. Y la nostalgia de lo que
se perdió sin llegar ni remotamente a poseerlo. Relámpago en la oscuridad,
susurro en el silencio, caricia cierta en el vacío. El resto son los días que
quedan por vivir.”
Luis
Landero.
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