miércoles, 28 de marzo de 2012

Luis Landero, "Entre líneas: el cuento o la vida".


         “El lector que Manuel es piensa a veces que la experiencia estética tiene mucho de revelación personal, y que en esa medida es instransferible y casi incomunicable. El profesor que Manuel es, sin embargo, piensa que, a pesar de todo, algo se puede hacer: si no enseñar literatura, sí poner a los alumnos en disposición de dejarse seducir por ella. Los dos, con los años, han ido sucumbiendo a la paradoja de que la literatura se aprende, pero no se enseña.
         Pero luego viene la realidad con sus rebajas. Y la realidad es que un alumno medio de bachillerato lee silabeando y a trompicones, tiene dificultades casi insalvables para entender el editorial de un periódico, escribe con oraciones simples donde apenas aparecen otros verbos que “ser” o “estar”, su bagaje léxico es de supervivencia, quiere explicar algo y no le alcanzan las palabras. Pero, eso sí, cuando salga a la calle, o cuando llegue a su casa, los hechiceros de la cultura de masas, en complicidad con la mayoría de los ciudadanos, le tendrán preparado el desquite por medio de algún espectáculo con el que hace tiempo que no consigue conectar la cultura escolar. Lo que la escuela enseña, el mal gusto social lo niega y escarnece.”

         “Manuel cree que existe en el hombre, desde su niñez, un saber espontáneo y difuso sobre el que quizá habría que construir, como una prolongación lógica y armoniosa, el edificio canónico del conocimiento. Pero a menudo, lo primero que se hace en la escuela es destruir el encanto y la espontaneidad y convertir al niño o al adolescente en un adulto prematuro. Se le pervierte estéticamente. Y qué decir del lenguaje: antes que aprovechar la pasión y la inventiva lingüística que hay en todo niño para fortalecer así su competencia idiomática,  se le enseñan requilorios gramaticales. Manuel piensa que hay una cierta pedagogía insana, y un punto bellaca.”
                                
                                     

         “Manuel cree que la lectura a menudo es un placer que cuesta, aunque sólo sea porque supone aislamiento, concentración, esfuerzo, además de esclarecer o asumir incertidumbres, cosa que siendo placentera es también problemática, como cualquier actividad donde la mente y los sentidos han de estar en alerta y a veces en tensión.”


         “Tuve una vida oscura, algún destello singular… Mi signo es la intermitencia; mi pasión, cierta variedad de tendencias que me impiden el disfrute de mí mismo; mi dulzura es la naturaleza y el verano, que es tanto como decir la melancolía de la infancia; mi dolor es la insatisfacción crónica y la repentina falta de entusiasmo; la literatura ha acabado por ser, después de la tormenta, una reparación de daños. Cierta afección a la soñolencia, unida a la renuncia a descubrir en mí el reino de Jauja, me inclinan a pensar que el cordaje vital se me ha aflojado y estoy en la hora en que las melodías no son ni dulces ni arrebatadoras, sino sólo el son del agua que fluye y pasa bajo el sueño.”

         “Y acaso ésa sea la materia última de la vida: la espera, el vislumbre de lo que se nos promete pero que nunca se nos será concedido. Y la nostalgia de lo que se perdió sin llegar ni remotamente a poseerlo. Relámpago en la oscuridad, susurro en el silencio, caricia cierta en el vacío. El resto son los días que quedan por vivir.”
         Luis Landero.


                                               

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