Un
ego obsesivo y una frágil personalidad coexistían en Francesca Woodman, la
fotógrafa estadounidense que se suicidó en 1981 a los 22 años dejando
tras de sí mucho más que la promesa de un misterioso talento. Desnudos
fantasmagóricos, juegos surrealistas y una sexualidad tan ansiosa como etérea:
probablemente pocos han visto el desasosiego femenino con la lucidez de esta
niña-artista fruto de un sólido matrimonio bohemio (ella ceramista y escultora,
él pintor y fotógrafo) que vio como el hermoso retrato familiar se hacía trizas
con la violenta muerte de su hija pequeña, quien para añadir más dramatismo a
la escena no se conformó con una muerte discreta sino con un aparatoso salto al
vacío desde su casa del Lower East de Manhattan que le desfiguró su preciosa
cara.
Francesca
Woodman se crió y formó entre EE UU e Italia. Fue una niña americana en la
Toscana, rodeada de amigos artistas de sus padres, y una adolescente becada en
Roma. Probablemente su gusto por los escenarios bucólicos y decadentes no se
entiende sin ese contacto con el viejo mundo. Empezó a hacer fotografías a los
13 años, en blanco y negro, de pequeño formato y casi siempre con ella misma
como protagonista. Imaginaba libros para aquellas imágenes que pegaba en sus
cuadernos y diarios. La naturaleza (ramas, bosques, pájaros...) y las casas
(paredes, muros, ventanas...) jugaban un papel fundamental en la composición,
había algo siniestro en aquella densidad simbólica, historias llenas de
melancolía y tristeza con ella como único centro de todo. Solo llegó a publicar
un libro, Algunas geometrías interiores desordenadas.
Para Scott Willis el arte no mató a Francesca
Woodman sino que la sujetó a la vida, pero fue cuando empezó su crisis creativa
y empezó a mermar su capacidad de trabajo (directamente relacionadas ambas con
sus crisis emocionales) cuando la artista entró en el profundo desequilibro que
acabó con su vida. "Fue enormemente prolífica de niña, pero sus problemas
psicológicos le empezaron a robar espacio a su obra. Pese a lo que se dice, hay
alegría en su trabajo porque era el arte lo que la mantenía viva".
En
sus diarios, la fotógrafa empieza a dejar ver sus grietas, las drogas, los
desamores. El director de The Woodmans dice que su aproximación no es la
de un crítico sino la de un biógrafo y que fue difícil entrar en el ámbito
reservado de esta familia, para los que el arte es un ejercicio obsesivo y
monacal. Cada día, cada uno de sus cuatro miembros se encerraba en el estudio a
crear como quien entra cada mañana en una fábrica. De esa intensa relación con
la inspiración nace esta niña prodigio.
Desconocida
en vida, la fotógrafa empezó a ser conocida en 1986, cinco años después de su
muerte, gracias a la primera exposición de su obra, en el Wellesley College.
Francesa Woodman vivió convencida de que tenía un destino. Para muchos está
cifrado en sus fotografías, para otros está oculto en ellas.
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