“Desde
siempre tuviste el deseo de la casa, tu casa, envolviéndote para el ocio y la
tarea en una atmósfera amiga…
Un día… la
fuiste levantando en torno de ti, sencilla, clara, propicia: la mesa, el diván, los
libros, la lámpara -atmósfera que llenaban con su olor algunas flores de
temporada.
Pero era demasiado ligera, y tu vida demasiado
azarosa, para durar mucho. Un día, otro día, desapareció tan inesperada como
vino. Y seguiste rodando por tantas tierras, alguna que ni hubieras querido
conocer. Cuántos proyectos de casa has tenido después, casi realizados en otra
ocasión para de nuevo perderlos más tarde.
Sólo cuatro paredes, espacio reducido como la
cabina de un barco, pero tuyo y con lo tuyo, aún a sabiendas de que su abrigo
pudiera resultar transitorio; ligera, silenciosa, sola, sin la presencia y el
ruido ofensivos de esos extraños con los que tantas veces ha sido tu castigo
compartir la vivienda y la vida; alta, con sus ventanas abiertas al cielo y a
las nubes, sobre las copas de unos árboles.
Pero es un sueño al que ya por imposible
renuncias, aunque sea realidad de todos a la que no puedes aspirar. Tu existir
es demasiado pobre y cambiante -te dices, escribiendo estas líneas de pie,
porque ni una mesa tienes; tus libros (los que has salvado) por cualquier
rincón, igual que tus papeles. Después de todo, el tiempo que te queda es poco,
y quién sabe si no vale más vivir así, desnudo de toda posesión, dispuesto
siempre para la partida.”
De “La casa” .
“Hay
destinos humanos ligados con un lugar o un paisaje. Allí en aquel jardín,
sentado al borde una fuente, soñaste un día la vida como embeleso inagotable.
La amplitud del cielo te acuciaba a la acción; el alentar de las flores, las
hojas y las aguas, a gozar sin remordimientos.
Más
tarde habías de comprender que ni la acción ni el goce podrías vivirlos con la
perfección que tenían en tus sueños al borde de la fuente. Y el día que
comprendiste esa triste verdad, aunque estabas lejos y en tierra extraña, deseaste
volver a aquel jardín y sentarte de nuevo al borde de la fuente, para soñar
otra vez la juventud pasada.”
Luis
Cernuda se encuentra en Alba de Tormes y visita la iglesia-convento de las
carmelitas, en la que se encuentra la celda en la que murió Teresa de Jesús. Y
lo que allí ve –“la trama de tal fantasmagoría”- y el recuerdo de aquella
“criatura sin par”…”de la que importa menos lo que hizo que lo que era”, le
lleva a decir:
“Una
vida que no necesita ni pide escenario alguno, mucho menos el de la corrupción
mortal, sino que la dejen contagiar a los suyos su desear imperecedero, sutil y
tenaz, oculta como la flor en la soledad del libro, desde donde su presencia
suscita la orilla remota, la raíz junto
a la faz del agua creadora, manando en arroyos y torrentes para nutrir un
pensamiento vegetal y celestial”.
“Siendo
joven, bastante tímido y demasiado apasionado, lo que le pedía a la música eran
alas para escapar de aquellas gentes extrañas que me rodeaban, de las
costumbres extrañas que me imponían, y quién sabe si hasta de mí mismo.
Pero
a la música hay que aproximarse con mayor pureza, y sólo desear en ella lo que
ella puede darnos: embeleso contemplativo.”
“…consideras en el recuerdo aquellos
carritos blancos del vendedor de helados que, a la tarde, aparecían sonando
alegres, para atraer compradores, su airecillo de caja de música, infantil,
delicioso, trivial.
…El recuerdo de unos días placenteros,
de una experiencia afortunada en nuestro existir, puede cristalizar en torno a
un objeto trivial que, al convertirse indirectamente en símbolo de aquel
recuerdo, adquiere valor mágico.”
“Entre la sombra de la playa anduve
largo rato, lleno de dicha, de embriaguez, de vida. Pero nunca diré por qué. Es
locura querer expresar lo inexpresable.”
Luis
Cernuda, “Ocnos”.
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