“dices cosas tan raras que no te sigo, pero son de
las que te dejan temblando…”
Carmen
Martín Gaite.
En la
foto, Anne Sexton.
Es
duro de aceptar lo casuales que somos, nuestra incapacidad para transmitir a
otro más que remedos de un ánimo mutable; y aceptar al mismo tiempo los gestos
y balbuceos con que tratamos de acercarnos obcecadamente a quienes hemos
supuesto que forman parte de nuestra historia.
Carmen Martín Gaite, de “Lo raro es
vivir”.
Las voces del pasado
trepan por la espalda a manera de viento súbito. Somos como una montaña cuya
vertiente delantera, más feraz, pero más vulnerable, está defendida por
fortificaciones y poblada de huertas, casas, paseos y almacenes; allí se
aprende lo conocido, se teme lo desconocido y la vida se rige por leyes que
zurcen lo uno con lo otro; en la parte de atrás nadie repara, es más difícil
acceder a ella desde el valle - según rezan los mapas -, casi nunca da el sol y
la vegetación es escasa. Acabamos por olvidarnos de que existe. Y, sin embargo,
por esa grupa atacan de improviso las fantasmales huestes del pasado, apenas
perceptibles, tan sólo una cosquilla... Suelen aprovechar los tramos de
descuido que preceden al sueño o lo convocan, cuando ya hemos desembarazado de
trastos y envases vacios nuestra buhardilla... Entonces se percibe el sutil
traqueteo por la espina dorsal, no es nada. Pero ahí sigue. ¿Qué dicen esas
voces? Bordear la pregunta es ceder al peligro. ¿Quién está hablando? ¿Desde
dónde? Se diría que desde una boca tan pegada a nuestra piel que el mismo
aliento entrecortado ahoga las palabras que pronuncia. Pero también desde
lejos, y esa mezcla de lejos y cerca mete droga en la sangre. Ecos que
trastornan y excitan, que en vano se procuran ahuyentar, dime más, no oigo
bien, ¿quién eres?, ven más cerca.
Carmen Martín Gaite, “Lo raro es vivir”.
Fotografía: Alex Ten Napel.
Su mayor problema –decía- cuando consultaba un
legajo del archivo era la incapacidad para interesarse solamente por una de las
diferentes historias que le salían al paso entre aquel montón de papeles,
limitarse a buscar lo suyo, mirar a ver si venía algo de lo suyo, ¿por qué era
suyo?, ¿quién había decidido que lo fuera?...En la vida le pasaba igual,
resulta tan empobrecedor –decía- atenerse de forma rígida a lo que se ha
elegido, descartando cualquier otra posibilidad igualmente interesante, y sin
embargo hay que contar con ello, nos pasamos la vida decidiendo, por mucho que
nos agobie decidir, ésa es nuestra condena, la sed de infinitud chocando contra
los barrotes de la jaula…es muy injusto que la vida nos fuerce a tomar opciones
excluyentes, entras por una puerta y ya no hay más que un pasillo que se van
ensombreciendo con puertas al fondo por las que también hay que pasar, cada vez
más estrechas y perentorias.
Carmen
Martín Gaite, “Lo raro es vivir”.
Imagen: Ilustración de Luis Serrano para la edición de
Anagrama.
Me he pasado más de media vida diciéndoles a mis
padres cosas que no tenían nada que ver con las que hubiera querido
decirles…Aprendí desde edad bastante
temprana a mirarme en aquel espejo oblicuo donde mi rostro asomaba a medias
tapado por el de ellos, pero no me di cuenta de que estaban torcidas las
sonrisas hasta que empezó a reflejarnos a solas a mamá y a mí con la sombra de
él al fondo. Yo intentaba borrar aquella sombra, la frotaba con rabia una vez y
otra, pero reaparecía…y dentro del espejo se congelaban los gestos, nada era
verdad, a todas las sillas les faltaba alguna pata, no corría el aire…Pero qué
difícil es buscar la propia ración de aire, aguantar el aire libre cuando te
has aficionado a los paños calientes, abandonar la cueva sin rencor y sin daño,
resignarse a olvidar lo que no se ha entendido.
Carmen
Martín Gaite, “Lo raro es vivir”.
Fotografía:
Harry Callahan.
Y te encuentras con gente que te remite a otra o se
transforma en otra, de quien te acuerdas vagamente o nada, gente que te saluda
apenas con una inclinación de cabeza, con ojos fijos y serios; de su historia
no se quieren acordar ni que se la saque a relucir nadie, han decidido vender
en almoneda los restos del pasado y cualquier brizna de esperanza…Nadie les
compra nada, no, ni saben por qué llevan aquellas pertenencias consigo,
tarjetas postales atadas con cinta, retratos, llaves, una funda de gafas de
carey, envoltorios diversos, pero han circulado agarrando esos residuos de una
olvidada identidad por galerías, callejones y riscos del más allá, perdidos,
tropezando, hasta encontrar su hueco de quietud.
Carmen
Martín Gaite, “Lo raro es vivir”.