martes, 30 de abril de 2013

ANTONIO COLINAS, POEMAS I.


Enfermos de palabrería,
no cesamos de definir sin definir.
Nadie mira hacia el cielo.
Nadie lee en la tierra.
Nadie escucha la agonía del murmullo de los manantiales.
Van y vienen, sin pausa, los políticos,
dan vueltas y más vueltas al planeta,
mas ellos aun no creen
que los coeficientes planetarios
de podredumbre
sean los suficientemente preocupantes.

         
          Del poema “Meditación en el Simposio”.


                                                                                 Fotografía: Dariusz Klimczak.

                                      FE DE VIDA
Esperar junto a este mar en el que nacieron las ideas
sin ninguna idea. (Y así tenerlas todas.)
Ser sólo la brisa en la copa del pino grande,
el aroma del azahar, la noche de las orquídeas
en las calas olvidadas.     

Sólo permanecer viendo el ave que pasa
y no regresa; quedar
esperando a que el cielo amarillo
arda y se limpie con los relámpagos
que llegarán saltando de una isla a otra isla.
O contemplar la nube blanca
que, no siendo nada, parece ser feliz.
Quedar flotando y transcurriendo de aquí para allá,
sobre las olas que pasan,
como remo perdido.
O seguir, como los delfines,
la dirección de un tiempo sentenciado.   

Ser como la hora de las barcas en las noches de enero,
que se adormecen entre narcisos y faros.
Dejadme, no con la luz del conocimiento
(que nació y se alzó de este mar),
sino simplemente con la luz de este mar.
O con sus muchas luces:
las de oro encendido y las de frío verdor.
O con la luz de todos los azules.    

Pero, sobre todo, dejadme con la luz blanca,
que es la que abrasa y derrota a los hombres heridos,
a los días tensos, a las ideas como cuchillos.
Ser como olivo o estanque.
Que alguien me tenga en su mano como a puñado de sal.
O de luz.    

Cerrar los ojos en el silencio del aroma
para que el corazón –¡al fin!– pueda ver.
Cerrar los ojos para que el amor crezca en mí.
Dejadme compartiendo el silencio
y la soledad de los porches,
la hospitalidad de las puertas abiertas; dejadme
con el plenilunio de los ruiseñores de junio,
que guardan el temblor del agua en las últimas fuentes.
Dejadme con la libertad que se pierde
en los labios de una mujer.

                   

Hoy comienzo a escribir como quien llora.
No de rabia, o dolor, o pasión.
Comienzo a escribir como quien llora
de plenitud saciado,
Lloro por tener cerca una mujer,
por el agua de un monte
que suena entre cipreses en un lugar de Grecia;
lloro porque en los ojos de mi perro
hallo la humanidad, por la arrebatadora
música que quizá no merecemos,
Comienzo a escribir y también la escritura
llora, porque respira y quema, porque pasa.
Contemplo una llama muy quieta en la penumbra
de suaves jardines,
a la orilla de un mar calmo y antiguo,
y me voy encendiendo con la dicha
de saber que no existe otra verdad
que no sea esa llama, es decir,
la del amor que es don y que es condena.


          Del poema “La llama”.

                                                                      Fotografía: Georgui Pinkhass.


Me pedís que os diga cómo sois, 
cuando esta noche larga he velado pensando en cómo sois, 
pensando en cómo soy,…
No os diré cómo sois, pues simplemente sois.

Sólo quiero, por eso, 
deciros lo que habréis de recordar:
recordad y salvad vuestra quietud; 
si en el norte, a la sombra temblorosa del álamo; 
si en el sur, en la brisa del naranjo;
recordad cómo pasa el huracán por el junco,
y el junco no se inmuta, y el junco no padece.
Porque el junco es flexible…

Si a vuestra vida un día llegase el huracán,
si hoy llegó el huracán a vuestras vidas,
respirad en su furia con quietud, hondamente,
 y esperad. 
Ahora, más que nunca,
 sed flexibles, 
sed junco, aroma, luz.

          Del poema “Si a vuestra vida un día llegase el huracán” –dedicado a sus hijos-. 


   
Nos ha llegado el mal como un cuchillo airado
en sótanos de sombra,
mas casa y corazón están abiertos.
Una vez más tuvimos que poner
amor donde amor no se encontraba.
Y no hay mordaza, dardo, aguja, hiel,
que no pueda fundir la hoguera musical
que, de monte a monte, hoy propaga el otoño.

…Hoy hemos recibido la visita del mal,
mas pronto hemos tenido que enterrarlo.
…A solas nos tuvimos que beber
el vino que sacamos para el huésped,
el dulce vino del más hondo olvido.

          De “La visita del mal”.


   



¿Qué nos queda, teniéndolo ya todo,
sino abatirnos y besar la luz,
o en ella deshacer nuestra palabra,
que debiera  también
ser sólo mansa, como el aire leve?.
… 
Todo es manso en el mundo,
mas la vida en nosotros habrá de ser combate
hasta que la palabra recupere
fogosa mansedumbre.
A veces, con los ojos
húmedos de mirar tanta belleza,
el cerebro también se torna manso.
Entonces, todo es sacro en su unidad,
uno con todo es la palabra mansa.

Y si el cuerpo osara levantar
su vuelo más allá, más allá todavía,
si los labios callasen para ser
ocaso en el ocaso,
si oyésemos rendidos el silencio,
el mundo sería al fin hoguera de lo manso. 

                                   Del poema “Descenso a la mansedumbre”.

                                                                                        Fotografía: Piotr Kirol.




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