En otro tiempo yo creía que “entender”
quería decir bastante más de lo que a mí me pasaba cuando en verdad estaba
entendiendo igual que los demás…Al cabo de los años empecé a sospechar que
cuando los demás dicen que entienden en realidad están viendo ese vago
resplandor, esos contornos de humo, esas difuminadas sombras que yo nunca
habría osado antaño designar como “entender”. Y empecé a sospecharlo porque la
otra hipótesis sería que yo soy tonto y, a estas alturas, una infamia semejante
tendría que haber llegado a mis oídos o supondría una doble e imperdonable
canallada: una canallada por parte del Creador, porque al que no se le concede
inteligencia debería proveérsele por lo menos de humildad, para que no se rían
de su atrevimiento, y una canallada por parte del prójimo, por no habérmelo
hecho saber o tan siquiera dejado delicadamente adivinar a tiempo.
Lo más sospechoso de las soluciones es
que se las encuentra siempre que se quiere.
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(E.T.) El mundo se nos va volviendo tan
ajeno y tan inhóspito, que pronto seremos los hombres, los terrestres mismos,
los que mirando y señalando al planeta más remoto digamos: “¡Mi casa! ¡Mi
casa!”.
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Aquel que en última instancia se halla
siempre dispuesto, si es preciso, a no vacilar en imponer su autoridad más
valdría que desistiese ya desde el principio de querer empezar por intentar ser
escuchado. Si en el límite está la violencia, todo el resto es ya también
violencia.
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(Imble, 1.) Nadie logra meterme tanto
espanto como esos que gustan de decir con una espeluznante complacencia: “Es un
proceso ab-so-lu-ta-men-te i-rre-ver-si-ble”. Toda esa serie de palabras que
empiezan por “in” y terminan por “ble”: irreversible, imprescriptible,
inalienable, inamovible, irrenunciable, inexorable, ineluctable, etc., ¡no sé
qué especie de lívida oscuridad pretende convocar en derredor de todo el
horizonte, sulfurando la atmósfera de tanta malevolencia y amenaza!
“Nadie logra meterme tanto espanto como
esos que gustan de decir con una espeluznante complacencia: “Es un proceso
ab-so-lu-ta-men-te irre-ver-si-ble”. Toda esa serie de palabras que empiezan
por “in” y terminan por “ble”: irreversible, imprescindible, inamovible,
inexorable, ineluctable, etcétera, ¡no sé que especie de lívida oscuridad
pretende convocar en derredor de todo el horizonte, sulfurando la atmósfera de
tanta malevolencia y amenaza! No se diría, en verdad, sino que todas ellas
quieren al fin decir una y la misma cosa, cual si hubiesen nacido de una única
palabra, que se multiplica en ejército para rodearnos y aterrorizarnos.”
No sé quiénes tendrían que producirnos
más horror: si los del “Caiga quien caiga”, los del “Aquí va a haber que tomar
una determinación” o los del “Esto lo arreglo yo en veinticuatro horas”. ¡Díos,
pero qué tenebrosamente españolas suenan estas frases! ¿Qué tradición de rencor
inextinto, de maldad infligida o padecida, ha podido dejar en el alma de los
españoles un poso tan siniestro?
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Lo más despreciable y bellaco de la
famosa frase de Goethe: “Prefiero la injusticia al desorden”…la verdadera
vileza de la frase consiste en claudicar ante el dilema, en no rebelarse
airado…Quien no haya comprendido que el dilema es ya destino, ya fatalidad, ha
renunciado a la mera posibilidad de albedrío.
“Pero ¿qué mayor prueba de que el futuro
está ya escrito que la del periódico de cada mañana? ¿Cómo, si no, podrían
pasar todos los días exactamente 32 páginas de cosas? Un mecanismo tan tenaz e
indefectible no puede ser más que algo muy premeditado: resulta inconcebible
como improvisación. Por eso, sólo el día en que venga algún periódico con, por
ejemplo, tres páginas y trece diecisieteavos de páginas en blanco o bien dos
páginas y ocho onceavos de página de más empezaré a pensar que tal vez es
posible que, con todo, pueda en algún sentido hablarse de que hay, en cierto
modo, porvenir.”
(Reiterativo.) Como la fealdad se
muestra tan sorda, tan pertinaz, tengo que repetir siempre las mismas cosas,
indefinidamente. De los dos –quiero decir, de la fealdad y yo-, el primero en
cansarse seré probablemente yo, pero por defunción, no porque le conceda a ella
la última palabra.
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(¡Qué confusión!) ¿Quién más lleno, más
enjoyado, más pagado, más venturoso que el vencedor? Y, sin embargo, todavía
parece que todos los demás le son deudores.
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(Never more.) Decir que el tiempo todo
lo cura, vale tanto como decir que todo lo traiciona. ¿Sabré sobrevivir sin
traicionar? (11-IV-85.)
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Donde me veo no es en las tinieblas,
sino en la opacidad; las tinieblas serán oscuras y espantables, pero están
vacías, tienen distancias infinitas, por las que uno puede precipitar o vagar
eternamente. La opacidad empieza a medio centímetro de la superficie de mi
cuerpo y es de pared maciza y tan infinitamente gruesa como honda la tiniebla,
pero de cal y canto.
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Cuando la acción se ha vuelto inercia y
rutina, ya sólo la omisión es resistencia, deliberación y libertad.
(Ver
y mirar, 1) Hay una terrible forma de ceguera que muy pocos advierten: la que
permite mirar y llegar a ver, pero no ver inmediatamente sin mirar. Aquel ver
sin mirar era como besarla o estar besándola, sin antes haberse dicho “La voy a
besar”. Así era el campo hace no sé cuántos años, cuando todavía era campo,
campo de verdad, y no paisaje. Así era, sí, en verdad, el campo; no se miraba,
tan sólo se veía. Hoy todo está emponzoñado de doblez; amagamos, hacemos fintas
como espadachines; ningún impulso nace ya puro y directo…Por eso, aunque mire y
vea y crea llegar a ver lo que veía antaño, mi paseo por estos campos que
siempre creí mi patria, mi querencia animal, son ya como el paseo de un ausente
por unos campos desaparecidos.
“No ha de
extrañar que el ánimo en que me pone la mañana sea, cada días más
decididamente, el de correr en el acto a presentar mi dimisión irrevocable.
Pero no puedo darme tal satisfacción, porque no existe el organismo idóneo para
una dimisión como la mía”.
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“Lo más sospechoso de las soluciones es
que se las encuentra siempre que se quiere”.
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“(E.T.) El mundo se nos va volviendo tan
ajeno y tan inhóspito, que pronto seremos los hombres, los terrestres mismos,
los que mirando y señalando al planeta más remoto digamos: “¡Mi casa! ¡Mi
casa!”.
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“No hay nada que pueda impresionarme tan
desfavorablemente como el que alguien trate de impresionarme favorablemente.”
"Vendrán más años malos y nos harán más ciegos"
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