Leopoldo María Panero, por Ana María
Moix.
Con
una imaginación portentosa y un don visionario casi sólo otorgado a los
espíritus tocados por lo sagrado, el verbo de Panero nos acerca a lo abismal.
Ya en sus libros de poemas, o en prosa, como el presente “Papá, dame la mano
que tengo miedo”, un Panero rabioso, iconoclasta, desesperado, cargado a veces
de un humor más que negro, subversivo…eleva un canto lleno de denuncia, pero
carente de odio. Un canto hecho de reflexiones demoledoras, un canto terrible,
sí, pero canto al fin. Un canto estremecedor, pues no en vano habla de lo
humano y del mundo creado por el hombre, pero lo hace con la hermosa
insatisfacción de quienes aún viven transidos por la nostalgia del paraíso
insensatamente perdido. O, más exactamente, insensatamente echado a perder. Un
paraíso que ya sólo es capaz de llorar el ángel caído.
Mi alma está sola, está sola y llueve
contra mi alma, y sopla el viento sobre mi alma, y el insecto de la vida está
solo y llora destruyendo al alma. Y tú cantas, cantas en las noches canciones
sin alma…Mientras tanto la vida transcurre afuera y las horas pasan con hambre
de vivir…
…oh terror de vivir o estar solo, estar
tan solo contra el llanto, estar solo sin el menor llanto, espuma sólo en los
labios de un idiota.
Mi
caso es el del extraño escritor más solo que la una, extranjero en su patria,
como dijera Rosalía de Castro. Escritor
con un complejo de castración infantil del tamaño de una catedral. Un escritor
cansado, muy cansado, en un país de estafadores y ladrones donde, por lo visto,
prohibir el cuerpo representa la única virtud.
…Si
por algo estoy en literatura es para averiguar hasta dónde puede llegar la
vida, si se la fuerza en exceso. Si por algo estoy en el verbo es para saber
qué se hizo del vino y del grito, del relincho del perro y del horizonte de la
ausencia.
Tan sólo quiero una palabra más, sólo
una palabra más para esculpir a solas un árbol para la nada. El castigo es este
encierro, lo sé bien, pero el peor castigo es el silencio, sin apelación
posible, sin poder respirar, sin poder comunicar…
…Mi vida no merece el nombre de vida, no
hay rastro en ella de lo que significa la palabra vida, y en el manicomio no se
puede suplicar, no se puede pedir gracia…La vida es usura, lágrima de la voz
contra el hombre, lágrima del mundo destruido, humo que dora el agua…
…Yo estoy al otro lado de la vida, al
otro lado del tiempo, al otro lado del espejo y, como dijera Azúa de viva voz,
vuelvo a repetirlo: “Lo que importa es saber de qué lado del espejo se está”.
Yo estoy al lado de la fuente, negando cualquier espejo, haciendo de mi vida
salto en el vacío, águila sobrevolando la ruina…
Y una voz escupe en mitad de mis sesos
la palabra “giligloria”, insulto entre gilipollas y gloria. Y sueño entonces
que he vivido y me llamo de algún modo. Y sueño que estoy aquí…alguien ubicado
al otro lado de lo humano, porque como dijo una vez Félix de Azúa: “Lo único
importante es saber de qué lado del espejo se está”…Y mañana será otra vuelta
de tuerca, otra vuelta de tuerca más a la bondad humana. Y es como si ya sólo
quedasen añicos de mi alma, restos de mi alma…mientras unos locos mugrientos me
piden con voz de sapo un cigarrillo para encender la ceniza de su alma, para
reírse de mí al otro lado del espejo, para reírse del bien y de la vida, para
reírse del Diablo y de Dios, para reírse con semen ajeno entre los labios de
aquello mismo que pudieron llegar a ser.
No
me mires esta noche a los ojos. Ana María, no me mires, por favor, ya que sigo
enamorado de ti. Dime tú, Ana Maria Moix, ahora que estamos solos en la noche,
sin mirarme a los ojos, dime quién soy. No se puede entrar en una página como
se entra en una tabaquería. No hay huida, Ana María, ni evasión, ni posible
sueño, y el hombre de la tabaquería sigue sonriendo a nuestra costa. Y una voz
escupe en nuestros sesos la divina palabreja “giligloria”, que es un insulto
bellísimo entre gilipollas y gloria.
En
el largo viaje por mar del que provengo, tengo derecho a mi cansancio y mis
heridas.
…porque
todos los hombres encuentran alguna manera de vengarse del mundo, y la mía, ya
lo sabes, sólo puede ser escribir.
Estoy
solo en la sombra, antes de oír a alguien a mi espalda que me susurra a mi oído
las sílabas del miedo: “Papá, dame la mano que tengo miedo”…Nadie puede
salvarme ya, nadie puede curarme, el fluir de la conciencia es mi lodo y mi
vida. Los pájaros vuelan sobre el papel, mi frente me cae a los pies y me la
recojo, precipitadamente, para después volver a colocármela sin que nadie se dé
cuenta…Algún día volveré, sólo para pedirte que me des la mano, porque mi padre
ya no está.
Leopoldo María Panero, “Papá, dame la
mano que tengo miedo”.
Hola disculpa me gusto mucho el texto, dónde lo puedo conseguir?
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