Barcos en la
arena.
Apoyado
en la baranda de cara al desierto estaba un hombre delgado, bajo, bien
plantado.
Era
mediada la tarde de un día laborable, y el hombre observaba el panorama
monótono del desierto, y casi al pie del mirador, la hilera de los nueve
barcos.
Esa
hilera de barcos oxidados y cubiertos de grafiti de tiza, apuntando con la proa
hacia las dunas y, más allá, a la invisible orilla del mar que cada año se
aleja unos metros más, constituyen una instalación artística sin parangón en el
mundo, a la que si se le tuviera que reprochar algo sería la excesiva evidencia
de su deprimente agonía. Barcos en la arena.
Le
he dado conversación. Se llama Sailov. Me cuenta que décadas atrás él fue
piloto de uno de esos barcos…”El desastre –me dijo- empezó a notarse en 1975. En ese año ya ibas a bañarte a la
playa y el agua llegaba hasta determinada altura, digamos hasta la línea de ese
matorral; y a la mañana siguiente volvías y comprobabas que había retrocedido
un metro…Y antes de que te dieras cuenta el mar era una línea en el horizonte,
y al día siguiente había desaparecido de la vista.
“Sí,
claro que conozco el nombre de esos barcos. Ese es el “Andulka”; ése, el
“Atrevido”; el más grande es el mío, el “Gaviota”; ése otro es el “Rosa de los
vientos”….
Fotografía: Barcos en el Mar de Aral
(Autor desconocido)
Cuando se habla de “El malestar de la cultura” me zumban los
oídos. “¿Es a mí?”
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No queremos saber lo que pasa ni lo que
nos aguarda. Lo que queremos es que vaya pasando el tiempo y al fondo, bajo la
puerta, la ilusión de una rendija de luz.
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Este retraso en comprender la verdadera
naturaleza de las relaciones entre el individuo carismático con la política de
los pueblos a los que dirige, y este retraso en el diagnóstico fisiognómico
correcto, prueban nuestra mala lectura
-mi mala lectura- de las apariencias. Debería recordar que aquel rostro
me engañó cada vez que siente la tentación de emitir un juicio.
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Encantador nomenclátor de Lisboa…Por
todas partes se alzan los signos de que fue la metrópoli de un imperio
colonial. Es una ciudad vacía, pensativa, en pronunciado declive; el vecino da
pasos lentos por cuestas adoquinadas, concediéndose pausas para descansar, para
fumar, acodado en los miradores que se abren al océano inmenso, a la terrible
verdad.
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A veces me parece que el centro de Europa,
con toda su malvada hipocresía y donde todo está pautada hasta la respiración,
es preferible al sur.
Pero claro, esta preferencia responde al
hecho de que nací y vivo en Barcelona.
Turgueniev cita en “Humo” un refrán
ruso: “Se está bien allá donde nosotros no estamos”.
Pessoa dice algo parecido en el poema
sobre la carretera de Sintra: “…allí la vida debe de se feliz sólo porque no es
la mía”:
A
vida ali deve ser feliz, só porque não é a minha.
Toda la noche
oíamos a los peces jugar.
Regresamos
a Tashkent…Estaba entrando en su casa un señor bajo y obeso, con una perilla
canosa, vestido con una túnica y un caftán negro, con bordados dorados; ha
querido saber quién soy, de dónde vengo y qué hago aquí, y me ha invitado a
“tomar el té”…Me ha parecido entender que se llama Kaled.
…Se
acuerda de los veranos de su infancia.
-Toda
la noche oíamos a los peces jugar. Toda
la noche oíamos a los peces saltar y jugar. Los peces de aquí, comparados con
los de otros mares, eran muy grandes y sabrosos, porque comían la hierba del
lecho del mar, ¿sabes?, y esa hierba les daba un sabor muy especial. Todos mis
vecinos eran pescadores y cada dos por tres me pasaban un cubo lleno de
pescados. Los vecinos también cazaban aves en los cañizales. Había unos
roedores de piel muy fina, que salían del mar y se te metían en la casa…Sus
pieles servían para hacer gorros. Había también muchos patos, gansos, caza.
Todo ha desaparecido.”
…Antes
de abandonar la casa he vuelto a ver, bajo el banco de madera y junto al
polvoriento montón de botellas de wodka, la canoa.
-¿Aún
la guarda?
-Sí,
la conservo, porque ¿yo no sé si el mar regresará mañana?...No tiro la canoa.
Cuando llegue el agua, yo podría hacer vida otra vez bajo la parra; podría
plantar vid…
-Así
que usted cree…
-¡Sí,
creo que el mar volverá!
Desde
la ventana veo a Andrés caminando por la acera de enfrente, ensimismado,
aislado en esta tarde invernal, entrado en años, solo, envuelto en su soledad.
¡Ah,
pero no es él, sino alguien que se le parece!
¡Está
el pobre hombre tan solo que ni siquiera es él mismo sino alguien parecido!
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En
la tele, un bestial militar de un país africano sumido en la guerra civil le
dice a un subalterno, mientras a punta de fusil conducen a unos jóvenes a
ametrallarlos en una esquina:
-A
ese dispárale al pecho, no a la cabeza, que quiero quedarme su gorra.
Y
en efecto los matan, y el bruto reaparece en pantalla, sonriente, luciendo en
la cabeza la gorra roja.
Me
ha recordado a la maestra de un pueblo de León a la que fusilaron durante la
guerra civil y luego la mujer de uno de los asesinos andaba por el pueblo
luciendo su abrigo.
Es
el verdugo de García Lorca, que se quedó con su reloj y su cartera, según
cuenta Trapiello.
Lo
llamativo en estas tres anécdotas es la descompensación: el desequilibrio entre
el mal que se causa y el beneficio que se extrae de ello: una gorra, un abrigo,
un reloj. Son casos de fetichismo inverso, fetichismo de magia negra,
talismanes del mal que atraen a los demonios imbéciles.
En
tierras de Josep Pla. Llofriu. El cementerio. Un día soleado, caluroso. La
tumba está “un poquito abandonada –me advirtió una vecina- .¡Después de todo lo
que hizo por el pueblo!”, agregó en un tono compungido que suena a moneda
falsa…
Por
encima de la tapia asoman dos cipreses desmochados, cipreses que para nada se
proyectan al azur como el de Silos que deslumbró a Gerardo Diego; no, cipreses
bajos, chatos, muy propios de Pla…
En
lo alto de la pared hay un azulejo con un dibujo ingenuo. El texto dice: “Ruta
Josep Pla. 10: el cementiri”. Y un poco más abajo: “La Caixa”. (“La Caixa” no
es el ataúd de Pla, sino el banco patrocinador de la ruta.)
Que
la ruta turístico-cultural integre como última etapa el cementerio es una
ordinariez, pero vaya y pase. Lo sensacional es que no sólo el venerable
escritor sino todos los muertos del cementerio hayan sido reclutados como
soporte de la publicidad de un banco. Ese azulejo le deja a uno estupefacto.
En la foto, tumba de Josep Pla.
“El éxito es la capacidad de ir de error en
error sin perder el entusiasmo”, lo dijo Churchill durante la segunda guerra
mundial. Creo que es una definición exacta y que explica con claridad por qué
estamos condenados.
Fotografía: Manel Armengol.
Respetarse
a uno mismo –no mucho: basta un
poquito- es lo único que cuenta. Al que
consigue esto tan difícil es imposible herirle de verdad, incluso su propio
hundimiento puede parecerle majestuoso, y que zozobra como el “Titanic”: con la
orquesta sonando.
"LO QUE CUENTA ES LA ILUSIÓN".
Fotografía: Claudia Guadarrama.
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